En la política que padecemos, como dice el genial tango de Santos Discépolo: «Hoy resulta que es lo mismo/ser derecho que traidor/Ignorante sabio o chorro/generoso o estafador».
Quizá el síntoma más grave de la enfermedad que aqueja a nuestra clase política, trátese de empedernidos dinosaurios que han saltado de cargo en cargo o de recién llegados a las mieles del poder, es la ceguera para entender que están parados sobre una bomba de tiempo: la cada vez mayor incredulidad y desconfianza de los ciudadanos de a pie en sus capacidades y en sus intenciones.
La alternancia democrática en los Poderes Ejecutivo y Legislativo, a nivel federal y en varias entidades del país entre ellas Guanajuato, en la década de los noventa y a fines de la misma, se logró en buena medida por lo que podemos llamar, parafraseando a Ernest Bloch, el Principio Esperanza.
El cansancio producido por el cinismo del gobierno priista y su sistema de partido único, detonó en un favorecimiento al PAN y a la naciente izquierda unificada, dependiendo de idiosincrasias regionales, sobre todo a causa de la esperanza utópica de que un cambio de siglas trajese consigo una purga de las malas y pésimas prácticas de gobierno.
La inclinación a la oposición no se produjo por una militancia en los principios ideológicos de cada partido, no obstante estar contenidos en textos impecables, sobre todo a causa de que no somos un país de lectores en ningún sentido.
La oposición fue favorecida por hartazgo con el PRI, por sentimiento de aventura y por empatía emocional. Sobre todo, por esperanza de cambio, como si cruzar un círculo en una boleta fuese un acto de taumaturgia con el que se solucionaría todo aquello que no gustaba de la política mexicana, sobre todo a la clase media más informada.
Ese es el principio que ha sido traicionado por las nuevas ramas de la clase política a la izquierda y a la derecha del PRI, que hoy compiten en una acelerada carrera por exhibir las mañas aprendidas de quienes hoy se revelan como sus mentores: los priistas cínicos y corruptos que les heredaron el poder y una cultura para ejercerlo de forma antidemocrática y atrabiliaria.
Hoy que vemos a los diputados de Guanajuato edificando una ostentosa nueva sede, que por cierto recuerda una pirámide, edificada a lo largo de 4 legislaturas a un costo que casi cuadruplica el presupuesto original, pero que además sabemos que no obstante ser de los mejor pagados del país todavía se aumentan el sueldo pretextando una homologación salarial general, uno entiende que definitivamente no saben lo mucho que son cuestionados desde la sociedad.
O cuando vemos a los integrantes ciudadanos del Ayuntamiento de León, recién llegados a cargos de representación, que no tienen empacho en justificar la contratación de familiares por la administración municipal, “porque ya eran proveedores” o porque “a eso se dedican”, definitivamente perdemos la fe en que las malas prácticas puedan cambiar en las instituciones con la llegada de representantes conspicuos de la sociedad.
Como en los tiempos de Porfirio Díaz, otro que no se dio cuenta de dónde estaba parado, los nuevos y los viejos representantes de la clase política mexicana y guanajuatense, sean panistas, perredistas o priistas, no quieren que les den, sino que “los pongan donde hay”.
Como en esos mismos tiempos, el consejo a quien quiere hacer un capital en el sector público, es el mismo: “haga obra, compadre, haga obra”.
En asunto de partidos y de política en estos días la reflexión más vigente parece ser la de Enrique Santos Discépolo en el tango Cambalache:
Que el mundo fue y será una porquería
ya lo se
En el quinientos seis
y en el dos mil también
Que siempre ha habido chorros
maquiavelos y estafaos
contentos y amargaos
valores y duble
Pero que el siglo veinte
es un despliegue
de maldad insolente
ya no hay quien lo niegue
Vivimos revolcaos
en un merengue
y en un mismo lodo
todos manoseados
Hoy resulta que es lo mismo
ser derecho que traidor
Ignorante sabio o chorro
generoso o estafador
Todo es igual
nada es mejor
lo mismo un burro
que un gran profesor
No hay aplazaos
ni escalafón
los inmorales
nos han igualao
Si uno vive en la impostura
y otro roba en su ambición
da lo mismo que sea cura
colchonero rey de bastos
caradura o polizón
Qué falta de respeto
Qué atropello a la razón
cualquiera es un señor
cualquiera es un ladrón
Mezclao con Stavisky va Don Bosco
y «La Mignon»
Don Chicho y Napoleón
Carnera y San Martín
Igual que en la vidriera
irrespetuosa
de los cambalaches
se ha mezclao la vida
Y herida por un sable
sin remaches
ves llorar la Biblia
junto a un calefón
Siglo veinte cambalache
problemático y febril
el que no llora no mama
y el que no afana es un gil
Dale nomás
dale que va
que allá en el horno
nos vamos a encontrar
No pienses mas
sentate a un lao
que a nadie importa
si naciste honrao
Es lo mismo el que labura
noche y día como un buey
que el que vive de los otros
que el que mata que el que cura
o está fuera de la ley
Vivimos revolcaos
en un merengue
y en un mismo lodo
todos manoseados.
¿Alguien quiere un texto más vigente? Por lo pronto disfrútelo aquí, cantado por Adriana Varela y no lo tome a mal. Es viernes y todo se vale.