Si por algo paró en una enorme proporción la actividad económica de Guanajuato, fue para tratar de evitar un colapso del sistema de salud público y privado y su principal secuela: una tragedia humanitaria.
La afectación a la normalidad, a la vida de las personas, a sus ingresos, a través de la suspensión de las actividades productivas, escolares, de los servicios y hasta del entretenimiento, tiene un fin supremo: evitar en la medida de lo posible la masificación de los contagios y la pérdida de vidas, no solo por las consecuencias de la enfermedad en sí misma, sino también por la saturación de la infraestructura hospitalaria.

México vive además su particular precariedad en la materia. La escasa inversión en salud, la histórica y la de los últimos sexenios, nos enfrenta a la primera pandemia mundial en un siglo con recursos debilitados. Pero, adicional a eso, el deterioro de las prácticas alimentarias de unos años a la fecha, con las secuelas de morbilidades asociadas (obesidad, diabetes e hipertensión), hace más peligroso y letal al virus que nos amenaza en esta ocasión.
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