La violencia de género empieza con las palabras antes de llegar a ser extrema; ahí también hay que frenarla

Hace casi seis años en el marco de una campaña electoral reñida, el diputado federal priista Francisco Arroyo Vieyra creía subir el tono de la contienda municipal por la capital de Guanajuato al llamar denigratoriamente a la aspirante panista Ruth Lugo Martínez “Señora Weiler”, en busca de un juego de palabras que asociara a la candidata con la raza canina Rottweiler.
Afecto a un humor político que quería ser ácido pero terminaba siendo denigratorio y rebajando el nivel de una contienda civilizada a un pleito de barriada, Arroyo, quien había presidido el Congreso de México en esa legislatura y se aprestaba a dar un salto a la diplomacia en la que representaría a nuestro país en Uruguay y en el Mercosur, no hacía sino mostrar un añejo vicio de los políticos mexicanos: la resistencia a la participación de las mujeres e la esfera pública.
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