Andrés Manuel López Obrador ha mostrado que no es tan terco como le achacan sus críticos, ni tan tenaz como quiere su propia propaganda. Su reciente acercamiento con los grandes capitanes de los grupos empresariales mexicanos, la misma “mafia del poder” a la que acusaba en sus años de peregrinaje opositor, lo pone en evidencia suficientemente.
Entonces, nada debería impedir que corrija su postura inicial de perdón a los corruptos que han venido desmantelando el aparato público en México para beneficio personal y para auge de los grupos que actúan fuera de la ley, sean de cuello blanco o incluso las violentas bandas armadas que padecemos.