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Peña Nieto: ¿empoderamiento o ilusión?

In Botepronto, sinembargo.mx on septiembre 23, 2015 at 3:41 am

Creer que la crisis política del país se limita a resolver los dilemas sucesorios al viejo estilo priista, puede despertarse con una sorpresa en 2018.

El Presidente de la República ha repensado su estrategia. Las alianzas agotaron su potencial y lo que sigue es el intento de reconstruir una hegemonía a través de la alianza con el Verde y enfrentando al resto de los partidos.

No es casual la ampliación de espacios de poder a los dirigentes del PVEM en la estructura federal y en la diplomacia. Ni siquiera parece importar el desgaste que significa inventar a Arturo Escobar como subsecretario de Prevención del Delito, cuando evidentemente no solo incumple con el perfil, sino que lo contradice.

Enrique Peña Nieto ya cedió suficiente poder al aceptar la inevitable llegada de Manlio Fabio Beltrones a la dirigencia priista y no parece dispuesto a más concesiones con el PAN o con el PRD, a los que necesariamente deberá enfrentar con su candidato en 2018.

Sin embargo, la política no se limita al diseño de líneas de acción estratégicas en un escritorio, como le gusta al hoy flamante secretario de Educación, Aurelio Nuño.

Las viejas reglas del arte de la guerra siguen vigentes: las posiciones se ganan por acumulación de fuerza en un punto y superación de las ventajas del adversario.

Hoy, los que confrontan al gobierno de Peña y sus estrategas no son las oposiciones debilitadas y corrompidas con las que se alió en 2012, a las que no les costará trabajo vencer, como no les costó trabajo seducir.

Los verdaderos problemas del gobierno que se quiso modernizador, transformador y reformista a más no poder, se encuentran en la apreciación de una mayoría de ciudadanos que sigue descreyendo de las verdaderas intenciones de régimen de la restauración priista; y en la consideración internacional, que ve a México muy lejos de los estándares de sus principales socios comerciales.

El gobierno que envía a las cámaras legislativas a una actriz de farándula como Carmen Salinas; que premia la corrupción de políticas como la alcaldesa con licencia de León, Bárbara Botello, denunciada por pagar sus tratamientos de belleza semanales con recursos del erario, entre otra lindezas; y que elige como encargado de la política de prevención del delito, prioritaria a más no poder, a un cómplice de trapacerías electorales, evidentemente no quiere ser tomado en serio.

Lo ejemplos de la inconsistencia peñista sobran. Esta semana acudió a Guanajuato a inaugurar una carrera largamente prometida, cuando aún se encuentra inconclusa y su terminación al 100 por ciento puede tardar aún años. Allí se conjuntó a aplaudir la clase política panista y priista, pero brillaron por su ausencia los ciudadanos que rápidamente criticaron lo que les pareció una farsa.

El intento de resurgimiento del peñismo, con sus cambios de gabinete, su resignada alianza con Beltrones, su relanzamiento de campañas de imagen y una estudiada combatividad con los antiguos aliados de la izquierda y la derecha domesticadas, hablan de una táctica que se quiere volver estrategia.

Sin embargo, resulta claro que los mayores problemas del régimen priista no se encuentran en el manejo de la operación al interior del aparato político-partidista, la cual ha sido ejemplar, sino más allá: en la posibilidad de revertir el pesimismo de la población y de construir una verdadera expectativa de modernización estructural, es decir completa y no solo en aspectos económicos; así como una alternativa a la creciente desigualdad.

Creer que los conflictos en los que estamos inmersos, la sociedad y el gobierno, se limitan a una grilla cupular y una arquitectura sucesoria al viejo estilo, puede ser el más grave error de Peña Nieto. Allí está el antecedente del año infausto de 1994 para quien quiera acudir a la memoria.

Y para quien no quiera, está el apotegma de Santayana: «Quien olvida su historia está condenado a repetirla».

 

 

 

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