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El regreso de Salinas

In Análisis Político on mayo 16, 2011 at 4:52 am

Es un pecado de origen demasiado vigente como para que pueda ser olvidado, aún tras el paso de dos décadas. Aunque la crisis política que envolvió la decisión tuvo causas locales que tarde o temprano habrían estallado, lo cierto es que la atención siempre se centra sobre el factor que actúa como catalizador.

En 1991, hace exactamente veinte años, Carlos Salinas de Gortari era el presidente más poderoso que había tenido México en la segunda mitad del siglo XX, si se mide por la cantidad y la consecuencia de las reformas que había impulsado, independientemente de la valoración que cada quien les asigne.

Ese mismo año, concluía en Guanajuato la administración priista de Rafael Corrales Ayala,  quien no había logrado reconstituir una nueva clase política y que había cometido el pecado de delegar las finanzas y la obra pública estatales a un burócrata exógeno, Raúl Almada Gaxiola, quien concitó toda clase de animadversiones que minaron la credibilidad de un gobierno asediado, además, por una beligerante oposición panista.

Por si algo faltara, la candidatura priista se decidió, como era habitual, en maniobras palaciegas en la ciudad de México que favorecieron al director de la Lotería Nacional, Ramón Aguirre Velázquez,  un político que había terminado el encargo de regente de la capital del país con una intensa fama de corrupto.

Aguirre debía enfrentar la amenaza de un candidato carismático, Vicente Fox Quesada, quien era diputado federal, neopanista de corte empresarial y fuerte crítico del régimen salinista, en posiciones más cercanas a las del Frente Democrático de Cuauhtémoc Cárdenas que a la línea negociadora de su propio partido.

La campaña por la gubernatura tuvo otro ingrediente sui géneris en la presencia del candidato del PRD, Porfirio Muñoz Ledo, en una estrategia negociada a los más altos niveles para acreditar una oriundez muy polémica. Por lo pronto, la presencia del senador perredista en Guanajuato evitó su actuación en el Distrito Federal, su espacio natural, el cual fue recuperado por Manuel Camacho Solís, para el salinismo en esa misma campaña.

El escenario guanajuatense, que llamó la atención no sólo a nivel nacional, sino también fuera del país, llevó a una dudosa victoria del priista Ramón Aguirre, no por el margen de votos que fueron más de doscientos mil, sino por las sospechas de fraude, que fueron llevadas a su límite por la protesta postelectoral panista, encabezada por Fox y apoyada moralmente por Muñoz Ledo.

Todo ello permitió otra maniobra palaciega, cuya autoría se atribuye extraoficialmente a negociaciones directas entre el propio Salinas de Gortari y Diego Fernández de Cevallos, que culminó con una puesta en escena inédita en la historia del priismo: Ramón Aguirre fue declarado ganador de la elección al mismo tiempo que fue “convencido” de no ejercer el cargo. Así, luego de ser declarado gobernador electo, presentó una renuncia ante el Congreso al cargo del que aún no tomaba posesión.

Se lograron dos efectos: mantener el resultado jurídico de los comicios y salvar al Congreso de mayoría priista que había sido electo junto con Aguirre; pero también se abrió la puerta a la designación de un mandatario interino que, semanas después y para absoluto desconcierto del priismo, recayó en el panista  Carlos Medina Plascencia, votado por un Congreso saliente, también dominado por el PRI, que apenas completó el quórum en una sesión de madrugada.

Esos acontecimientos, con el paso del tiempo, se volvieron legendarios. Allí terminó de acuñarse el neologismo concertacesión, para significar una negociación política en la que la fuerza dominante cede espacios a cambio de legitimidad.

Allí también comenzó el dominio panista, que se consolidaría en 1995 con el triunfo de Fox sobre Ignacio Vázquez Torres, en comicios extraordinarios; y allí, finalmente, comenzó el tobogán del priismo guanajuatense, dominado por decisiones centralistas contra las que se rebela sólo verbalmente y agobiado por su propia incapacidad para autogobernarse.

Esas son los episodios que, dos décadas después, vienen a la mente de la opinión pública local cuando se habla de un Carlos Salinas de Gortari, presente en León esta semana por un acontecimiento editorial.

Serán pocos los que vayan a ver al ex presidente por el interés en su nuevo libro, pero no faltarán los que se hagan presentes por el morbo que despierta como el coautor de mayor peso en el guión de la moderna historia política de la entidad.

Botepronto

En estos días, finalmente, el gobernador Juan Manuel Oliva tomó definiciones en el tema de la sucesión de la dirigencia panista del estado, las cuáles le hizo saber a Alejandra Reynoso, la postulante cuya participación se decidió, en buena medida, por el inicial respaldo del mandatario.

De acuerdo a versiones confiables, Oliva le retiró su apoyo a Reynoso y le pidió que negociara con su contrincante, el diputado local Gerardo Trujillo, las posiciones en el nuevo comité.

La diputada federal, identificada por propios y extraños con la corriente dominada por el Yunque, respondió contundente que seguirá adelante en busca de la presidencia del comité estatal y que la única opción de negociar es que Trujillo se le sume.

Ahora ya sabe Oliva del caso que Alejandra le hubiera hecho de haber conseguido su objetivo que, en las nuevas circunstancias, se antoja más lejano que nunca.

No cabe duda que la crisis de autoridad que se vive afecta hasta a las organizaciones más verticales y disciplinadas de que se tenga noticia. Oh Tiempos, oh costumbres.

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