Un temprano caso de violencia de género que estalló en su entorno inmediato, mostró muy pronto el verdadero talante del rector general de la UG: la complicidad antes que la justicia.
El actual rector general de la Universidad de Guanajuato se preparó por lustros para ocupar el máximo cargo de la institución que lo formó y fuera de la cual prácticamente no se ha desempeñado.
Luis Felipe Guerrero observó con cuidado a todos sus antecesores, de unos fue colaborador y de otros adversario y probablemente siempre pensó que podría hacer las cosas mejor que ellos.
El doctor en ciencias penales se rodeó de los asesores que creyó adecuados: un criminalista, un filósofo, una abogada, destacados periodistas. Sin embargo, todos ellos han sido incapaces de hacerlo salir de su crisis más temprana.
Al abogado originario de Silao le tronaron espoletas retardadas en su propio cuarto de máquinas, cuando su coordinador de asesores, el criminalista Julio César Kala, tuvo la mala ocurrencia de acosar a una becaria tras el cierre de una ceremonia de graduación de un doctorado interinstitucional en Aguascalientes.
La víctima, colaboradora de Agripino en su campaña por la rectoría y sobrina de su propia secretaria particular, no se avino a los intentos de revictimizarla, de reprimirla, de coartar su derecho a la denuncia.
Solo la complicidad del entonces procurador de los derechos humanos en ese momento, su compañero de aula Gustavo Rodríguez Junquera, pudo evitar que el asunto estallara con todas sus consecuencias para Guerrero Agripino.
Hoy, Guerrero Agripino trata de simular una apertura hacia los temas de género, enviando sentidas cartas el 8 de marzo a las universitarias, cuando tiene en su pasivo el no haber sabido responder con la altura que le exigiría a un humanista, a un rector universitario y a un profesional del derecho, la situación que detonó su amigo y asesor Julio César Kala.
Como suele ocurrir en la Universidad de Guanajuato, los documentos académicos se extienden por decenas de cuartillas, pero no producen una sola consecuencia en la realidad. Las comisiones se integran con consejeros sobrecargados y abrumados, pero no logran impactar en un solo caso concreto.
La equidad de género, el día de la mujer, las comisiones respectivas, todo forma parte de una gran simulación que ni siquiera ha logrado actuar en el caso que les dio origen: el de Julio César Kala, ilustre integrante de la junta de gobierno, maestro destacado de la división de Derecho y asesor privilegiado del rector general Guerrero Agripino.
Quizá no sea gratuito, por ejemplo, que el rector Agripino muestre una notoria debilidad por los políticos priistas de Guanajuato. Miguel Ángel Chico Herrera y Gerardo Sánchez, que equilibran el pacto original de Agripino con Juan Carlos Romero Hicks.
En estos días, cercanos al informe de Miguel Márquez, el jefe de la UG se ha retratado profusamente con los legisladores priistas y ha presumido programas y colaboraciones con ellos. Puede ser el inicio de una nueva querencia del rector universitario de cara a los eventos electorales del próximo año.
Quizá Márquez ya preveía esta situación, pues después de haberle otorgado su confianza a Agripino e incluso tomar en cuenta su opinión para vetar al aspirante a Ombudsman Jesús Soriano, universitario contrario al grupo agripinista.
Quien más dañado queda en todo este lance es Gustavo Rodríguez Junquera, después de la protección oficiosa que le otorgó a Guerrero Agripino, aletargando intencionadamente y posponiendo la resolución del caso Kala, está en vilo su retorno a la función pública como magistrado del Poder Judicial.
Respaldado por Fernando Torres Graciano, lo que no le hace mucha gracia a Miguel Márquez; favorecedor del filopriista Agripino y muy alejado de los intereses de Miguel Valadez para profesionalizar el pleno del Poder Judicial sin influencias políticas, el ex procurador de los derechos humanos puede ser el primer damnificado de los nuevos reacomodos de poder en Guanajuato.