El gobernador “migrante”, puede hacer más por los guanajuatenses en EU que los limitados programas del Instituto que creó; se los debe, sobre todo después de haber tenido a Luis Vargas allí, perdiendo un tiempo valioso.
Desde hace más de 20 años, los gobiernos panistas de Guanajuato han mantenido una línea de comunicación con las comunidades migrantes de los diferentes municipios de la entidad, en diversos puntos de la unión americana.
Lo que empezó como una arrinconada oficina en la época de Carlos Medina Plascencia, ha evolucionado hasta convertirse en un Instituto autónomo con personalidad y presupuesto propio, con un consejo donde intervienen voceros de la comunidad guanajuatense en los Estados Unidos.
Sin embargo, con todo y las dos décadas, la construcción de una política pública que cree vínculos entre los migrantes, sus necesidades y sus propuestas, y las instituciones de Guanajuato, ha avanzado de manera muy lenta.
La pequeña oficina de vinculación que manejó primero la Secretaría Particular, después de la de Gobierno y finalmente la de Desarrollo Humano, todas del Gobierno del Estado, se convirtió con Miguel Márquez en un Instituto en toda forma, aunque en realidad los migrantes más activos deseaban una secretaría estatal con uno de ellos al frente.
El primer error delicado fue la decisión de quien estaría al frente del Instituto Estatal de Atención al Migrante Guanajuatense y sus Familias. Al designar a Luis Vargas, el exalcalde de Irapuato y subsecretario en Desarrollo Económico con el propio Márquez, el nuevo órgano empezó con el pie izquierdo.
Poco hábil en la negociación y muy dado a la confrontación, Vargas rápidamente puso en su contra a buena parte del Consejo del instituto, sobre todo a los migrantes de mayor ascendiente en Estados Unidos.
Los debates se centraron sobre todo en el escaso impacto de las tareas del Instituto del Migrante en la comunidad guanajuatense en los Estados Unidos, por su bajo presupuesto. Pero también fue un elemento de discusión la actitud personal de Vargas y su estilo dictatorial y frívolo.
Sin embargo, Márquez decidió respaldar a su amigo y mejor prefirió relevar al Consejo del Instituto, con la clara intención de buscar interlocutores menos incómodos.
Solo cuando pudo premiar, de nueva cuenta, a Vargas con una candidatura a diputado local, el gobernador Márquez atinó a designar al frente del Instituto a quien verdaderamente soportaba la carga de trabajo y tenía la comunicación directa con las comunidades: la exfuncionaria consular Susana Guerra.
Sin embargo, el tiempo perdido no vuelve y a Susana Guerra la nueva situación en el terreno migratorio, con el aumento de la xenofobia de buena parte de la población blanca estadounidense y su reflejo en el triunfo de Donald Trump, la ha atrapado con los dedos en la puerta.
Hoy, los programas institucionales del organismo parecen rebasados y fuera de foco ante la ofensiva del gobierno federal norteamericano en contra de los migrantes, sobre todo los latinos y, entre ellos, principalmente los mexicanos.
Ayudar a los clubes y organizaciones de migrantes en sus estrategias, las que ellos mismos decidan pues conocen mejor que nadie el terreno, es la prioridad ahora, sin politiquería y con generosidad.
Durante lustros, los políticos guanajuatenses han obtenido de los migrantes mucho más de lo que les han devuelto. Como ellos mismos dicen, el gobierno estatal haría más combatiendo las condiciones que propician la emigración en Guanajuato, que acudiendo a hacer turismo disfrazado de filantropía en los Estados Unidos.
Aún hay tiempo, en lo que resta del sexenio y viendo la tendencia a agravarse del endurecimiento migratorio, para que Miguel Márquez cumpla uno de sus compromisos más presumidos convirtiendo en realidad una política publica de gran calado a favor de los migrantes, la cual debe incluir la mejora de las condiciones de sus comunidades en Guanajuato, una fluida comunicación con ellos en los Estados Unidos, además de la asesoría legal a quienes enfrenten procesos de deportación.
Y, si se puede, más allá de la ostentación de un machismo trasnochado e igual de xenófobo al de Trump, Márquez ayudaría a que primero “se vaya Trump a que regresen los migrantes”, si apoya y facilita la comunicación entre organizaciones migrantes a fin de potenciar sus propias estrategias de cabildeo ante los órganos legislativos norteamericanos.
El gobernador, que ostenta entre sus títulos cívicos el de haber sido migrante, no puede sencillamente patear el bote también en este tema.