Un grupo de más de 40 trabajadores del Hospital General de Irapuato se tomaron en serio los constantes mensajes de aliento, reconocimiento y motivación que les son enviados en la propaganda del gobierno del estado y se animaron a plantear una carta de peticiones a Diego Sinhue Rodríguez Vallejo. En el pecado llevaron la penitencia.
La carta, civilizada, propositiva, planteaba la disposición a participar en la mejora de procedimientos y protocolos del nosocomio a fin de mejorar la seguridad del personal sanitario y de los pacientes.

Cómo dicen en su crónica, publicada aquí mismo, las reporteras Verónica Espinosa y Edith Domínguez, los médicos, enfermeros y personal técnico del HGI estuvieron lejos de hacer paros, reuniones públicas de reclamo o toma de calles, como ha ocurrido en decenas de otras clínicas en el país y en Guanajuato mismo.
De nada valió. No hubo diálogo y si represalias. Dos doctores, posiblemente identificados como cabezas del movimiento, fueron impedidos de acceder a su trabajo y de checar sus tarjetas. No es un despido en el sentido legal, pues ni siquiera fueron notificados: es represión, despotismo y abuso de poder.
De modo que el edulcorante discurso de reconocimiento al personal sanitario del estado manejado desde el poder, tiene sus límites. Se les aplaude mientras cumplan con sus jornadas extenuantes, las que por cierto no son parejas, pues dentro de la Secretaría de Salud de Guanajuato hay privilegios para quienes son cercanos al núcleo de poder de la dependencia, pero no se duda en acudir a la represión contra aquellos que se salen del huacal.
En medio de un fenómeno patológico inédito, contra el que nadie tiene respuestas y que está obligando a forzar la maquinaria al extremo, no deberían caber respuestas autoritarias y violatorias de derechos elementales. Aún si las peticiones de los trabajadores fueran descabelladas, que no lo son, cabrían otro tipo de respuestas.
No se descartan otros tipo de factores: Daniel Díaz Martínez, el secretario de Salud, es irapuatense y ahí se desenvolvió parte de su carrera. No se descarta que su reacción excesiva se deba a inquinas locales y a lo que probablemente consideró una afrenta: que sus propios colegas y paisanos mostraran una actitud de aparente insubordinación.
Habría que decir que las inquietudes mostradas en el pliego petitorio de Irapuato se comparten en otras muchas plazas, así como también el desdén hacia un sindicato que se ha mostrado abiertamente como cómplice de la autoridad y lejano a las inquietudes de sus agremiados.
Veremos que pasa en el futuro próximo, pero lo que si parece seguro es que la pandemia y el enorme esfuerzo por contener sus efectos que vienen realizando los médicos, enfermeras y trabajadores de la salud, les hará emerger del desafío con una conciencia distinta de su valía, un conocimiento de sus reservas como gremio y una gran dignidad.
Los burócratas que hoy dirigen la salud de Guanajuato, más por azares políticos que por capacidad, deberán tenerlo muy presente.