Muchas de las luchas históricas en México, entre corrientes de vanguardia y reaccionarias, han quedado rebasadas por la evolución de las circunstancias políticas en las últimas décadas.
Véase, como ejemplo de los cambios de los nuevos marcos de referencia, lo absolutamente disparatado que se hubiese escuchado hace algunos años el que la dirigencia nacional del PAN, el partido patronal por excelencia, estuviese peleando una campaña por elevar el monto de los salarios.
Naturalmente, eso ocurre ahora, en un país donde los dirigentes obreros son verdaderos magnates, cuyos vástagos son clientes consentidos de las tiendas de productos suntuarios más caros del mundo y manejan Ferraris en centros vacacionales de moda en el extranjero. Un país donde hasta los modestos cachorros del sindicalismo oficialista se mandan construir fantasiosos castillos como residencias veraniegas, así sea junto a un tiradero municipal.
Por ejemplo, ahora todos los partidos políticos se encuentran inmersos en una competencia por imaginar las más sofisticadas formas de corrupción. Ese mismo PAN que pretende vestirse de populismo, ha llevado a una cumbre de refinación el viejo recurso de la mordida, rebautizada como moche, al aplicarlo en la asignación de las partidas presupuestales desde el Congreso de la Unión.
En un país donde los mayores problemas se centran en la pobreza y la corrupción, aspectos que vulneran cualquier idea de mejora política, cualquier intento de reforma legal o de cambio estructural, está obligado a reinventar las vías para que la sociedad participe en las decisiones colectivas, para que busque resquicios para la exigencia de condiciones mínimas de bienestar.
El problema de la pobreza, que afecta a más de la mitad de la población, no se ha podido construir como un eje articulador de demandas políticas y sociales, sobre todo a causa de las políticas asistencialistas que constituyen la tercera parte del presupuesto federal, más de 700 mil millones de pesos.
El dinero público así gastado no resuelve el problema de pobreza, pero si funciona extraordinariamente bien para incorporar a las clases más desprotegidas a esquemas de organización verticales, manejados desde la cúpula del estado, a veces con fines electorales, otras para el acarreo político y en general para el control.
Por eso resulta complicado que partidos políticos que le apuestan a movilizar a los pobres, tengan algún éxito político. Cuando lo hacen, regularmente, es porque reproducen los mismos esquemas del gobierno y caen en el reparto de despensas, no en la organización social ni mucho menos en la dignificación de las personas.
Es en este marco donde debe ubicarse la frescura y la originalidad de una lucha reivindicatoria que ha venido ganando espacios de manera acelerada en el imaginario social y en el debate público, sobre todo por su genuina transversalidad: hablamos de la lucha de defensa de los derechos de las mujeres.
El machismo acendrado de la cultura mexicana no difiere mucho del que se ve en otras latitudes. Las sociedades patriarcales con sus códigos de valores y de convivencia son la norma, independientemente de las formas más groseras o más sofisticadas que puedan llegar a asumir. La esencia de una organización patriarcal es la propia religión católica, con su carácter acentuadamente masculino y su marginación de las mujeres a elementos periféricos en su rito.
Por ello las consecuencias de esta forma de organización que permea a los ámbitos social, cultural, político y familiar, afectan sin excepciones a todas las personas, más allá de su sexo y su género. Debatir las consecuencias del machismo, de la violencia de género, de la falta de oportunidades para las mujeres, de la desigualdad en los ámbitos laborales, políticos, profesionales, constituye un ejercicio al que nadie puede resultar ajeno.
En Guanajuato, un estado de raigambre conservadora, de acendrado catolicismo, de costumbres provincianas, de familias tradicionales, por lo menos hasta hace muy poco, ha sido notable el crecimiento de los movimientos que desde los espacios de reflexión, el activismo social, la presencia en los medios y la protesta callejera, han logrado posicionar el tema del combate a la desigualdad y la defensa de los derechos de las mujeres y de las minorías sexuales.
Se trata de una lucha que no es sencilla ni siquiera en los países de legislaciones y entornos socioculturales más avanzados. Por ello resulta doblemente notable el espacio que el tema ha logrado en Guanajuato y los resultados obtenidos en cuanto a respuestas sociales, colocación de puntos en la agenda pública, atención de los medios, rectificaciones judiciales y atención de instancias gubernamentales.
Este sábado, por ejemplo, en por lo menos siete municipios de Guanajuato, más de dos mil personas se movilizaron para continuar avanzando en la visibilización de un problema que desde la óptica oficial parece no existir: la creciente estadística de mujeres asesinadas por razones de género, lo que se ha definido ya teóricamente como feminicidios.
Quizá lo más notable de esta segunda marcha anual por los derechos de las mujeres y contra el feminicidio, fue la confluencia de diversas organizaciones que hasta hace no mucho luchaban en forma aislada por sus objetivos y mantenían distancia unas de otras.
Las organizaciones no gubernamentales que buscan avanzar en la equidad de género, y que no están constituidas solo por mujeres, están aprendiendo a dialogar entre sí, a respaldarse mutuamente en sus respectivas visiones y formas de trabajar, a percatarse de que juntas pueden avanzar más rápido que separadas y que la táctica no puede estar por encima de la estrategia.
Se trata de una conclusión muy importante, que debe aprender de muchos de los errores cometidos por otros esfuerzos de organización social y partidista, llevados al fracaso y a la inviabilidad por unos cuantos protagonismos.
En contrapartida, la otrora poderosa ultraderecha guanajuatense, representada por grupos como el Yunque y Provida, se ve hasta tal punto desleída, que hoy en día apenas está sirviendo para alquilarse como golpeadora entre grupos panistas en una insulsa lucha preelectoral en León.
Ambos asuntos, el fortalecimiento de quienes impulsan una mayor equidad entre hombres y mujeres y la retirada de la derecha más oscurantista, constituyen sin duda buenas noticias para la tarea en proceso que significa la construcción de una vida pública con mejor salud para Guanajuato.