Son los dos partidos que han ejercido el poder presidencial en la etapa moderna de México y que se han repartido las Cámaras y las gubernaturas en los últimos 20 años. Quizá por eso, el cansancio está haciendo presa de ellos en la víspera de las campañas presidenciales. Se trata del PRI y del PAN.
La izquierda, representada a lo largo de estos años por movimientos frentistas, un partido que nunca se logró consolidar como tal, el PRD, y, finalmente, aglutinada en torno a un líder carismático que los puso a un paso de ganar la presidencia, parece estar procesando de mejor manera sus propias vicisitudes.
Por lo pronto, en el PRI un providencial Enrique Peña Nieto, con un alto puntaje mediático y demoscópico, pero sin haber probado todavía su fortaleza política, se encuentra enredado en el procesamiento de los ajustes internos con los barones de su partido.
En el PAN, la fortaleza política de Felipe Calderón, un presidente entrampado en el ejercicio del poder pero con gran capacidad de maniobra en su partido, tiene a las estructuras sumidas en el desconcierto: el intento de imposición de un candidato sin presencia, más la manipulación de los mecanismos de elección interna seguido de un revés jurisdiccional, sumieron al blanquiazul en la confusión.
En el flanco de la izquierda ampliada, las cosas parecen estarse resolviendo con relativa rapidez: la costumbre de liderazgos iluminados y el acuerdo entre los dos únicos contendientes posibles por la presidencia, Andrés Manuel López Obrador y Marcelo Ebrard, ha reducido el ruido entre las tribus. El oportunismo de una clase política andrajosa en términos ideológicos aglutinará con gran rapidez a la cauda de minipartidos, incluyendo al PRD, en torno al nuevo liderazgo.
Al final del día, la elección presidencial de 2012 no la van a resolver ni las burocracias ni las acotadas militancias duras de los partidos, sino una capa amplia de ciudadanos que no son especialistas en política, pero que sufren a diario las consecuencias de los actos de los políticos y que parecen absolutamente decepcionados de los partidos.
Hay que estar concientes de que las encuestas promocionadas hasta ahora, donde Enrique Peña Nieto aparece como un candidato invencible que sólo parece necesitar que se lleguen los tiempos formales para entrar a la residencia de Los Pinos, tenderán a cambiar drásticamente.
La nueva imagen conciliadora de López Obrador, acompañada de un discurso cuyo mesianismo se ha vuelto ligero y meloso, seguramente le atraerá críticas acerbas de sus malquerientes, pero lo hará regresar a un plano de competitividad en los sondeos de opinión.
La candidatura panista, sobre todo si se resuelve a favor de Josefina Vázquez Mota, la aspirante que muestra más ambición, desenvoltura y empaque mediático, también contribuirá a que este partido recupere puntos.
La aparición de sus dos principales contrincantes y el arranque de la carrera real, bajará a Peña Nieto de la nube en la que lo ha colocado el exitoso diseño mediático de su imagen, sobre todo en la televisión, y la falta de competencia.
Todo ello conducirá a una carrera donde se reeditará la fórmula de los tres tercios que recientemente vimos en Michoacán y donde mucho influirán la campaña, los mensajes, los tropiezos y, de manera central, los debates electorales formales.
En esa perspectiva, el complicado proceso de negociación interna que se encuentran viviendo tanto el PRI como el PAN, de manera previa a la resolución de sus respectivas candidaturas presidenciales, les hace perder un valioso tiempo.
Al final del día, en una contienda presidencial es el candidato a ese cargo el que arrastra todas las demás campañas: nombres, trayectorias y presencias de los candidatos locales, salvo contadas excepciones, resultan anecdóticos ante el resultado de la carrera que más va a polarizar al electorado.
Si coincidimos en este punto de vista, al día de hoy y con todos los peros que se quieran poner, la fuerza política más adelantada es la izquierda. A partir de ahora los ojos están puestos en López Obrador y nadie más, de su comportamiento, su recuperación o su hundimiento dependerá la suerte de esta fuerza política.
En cambio, en el PRI y en el PAN los mensajes siguen siendo en el sentido de que no procesan sus desacuerdos, de las muchas manos metidas en la toma de decisiones y en la carencia de un liderazgo nítido que logre aglutinar primero a sus correligionarios y después a una porción significativa del electorado.
En el caso del tricolor, Peña Nieto se mueve entre la truculencia y la indecisión con el tema de Humberto Moreira. No se sabe si lo mantiene allí para hacer trabajo sucio, para evitar rupturas internas o, simplemente, para no dejar entrar a Manlio Fabio Beltrones o a Emilio Gamboa. La alta expectativa favorable hacia fuera no se traduce en claridad de mando adentro.
Mientras que en el PAN de Felipe Calderón, Gustavo Madero ya se hizo bolas con las designaciones y con la sospecha de querer favorecer a Ernesto Cordero, quien sigue dando muestras de que sólo una gigantesca operación de imposición, que por otra parte no sabe cómo orquestar, podrá sacarlo adelante.
Ya se sabe que la forma también habla del fondo. Seguiremos la pista.
Botepronto
Parece cargada y es cargada. Todavía ni siquiera arrancan formalmente las precampañas estatales y en torno al ex secretario de Desarrollo Social, Miguel Márquez Márquez, ya se aglutina toda la burocracia del estado con el menor pretexto.
Así ocurrió en el festejo de sus 43 años, donde el de Purísima no se refrenó para afirmar que es “el candidato ideal” a una edad perfecta.
Allí estaba Rubí Laura López, la cuestionada alcaldesa de Celaya que sólo dos días antes había recibido el apoyo incondicional de Ricardo Torres Origel ante los embates del PRI por la inseguridad en el municipio, pero que prefiere otros respaldos y está dispuesta a perdonar los devaneos de Miguel con la sociedad civil que la cuestiona en Celaya.
Allí estaban, también, Julio Dibella y Sixto Zetina, ambos aspirantes a la candidatura por la alcaldía de Irapuato y quienes hace no mucho se formaban en las filas del doctor José Ángel Córdova, pero que saben que no es ese el refuerzo que hoy necesitan.
En el PAN, el aprendizaje de los últimos años les dice que hay que estar con el que tienen las verdaderas probabilidades de ganar, para así poder hacer carrera y evitar los peregrinajes en el desierto.
Así se va configurando la cargada, por más que le hagan la lucha los opositores. Este PAN parece, y sin duda lo es, el mejor heredero de aquel PRI del siglo pasado. Y eso incluye las matracas, las carnitas y el jolgorio.
Lo que parece, es. Y, para la burocracia oficialista del PAN, Márquez ya es el candidato, más allá de los tiempos.