Gustavo Rodríguez no logra remontar la comprometida situación que le heredó Antonio Salvador García y ya surgen nuevos conflictos para los que la Secretaría de Gobierno no se muestra equipada.
Lo que le sigue fallando a Miguel Márquez es el manejo del bullpen. El pitcher abridor le dejó las bases llenas, cero ponches y bateadores muy fuertes en turno. Sin embargo, fue responsabilidad del manejador mantenerlo tanto tiempo en la loma.
Antonio Salvador García López mostró muy pronto que lo suyo no era la atención a los problemas urgentes de la gobernabilidad. Pero hay que decir en su descargo que la culpa no fue suya, sino de quien lo fue a sacar de su plácida magistratura para meterlo en una olla caliente para la que no tenía la experiencia ni la vocación.
Cuatro años después, finalmente Márquez tomó la decisión de hacer un cambio en la Secretaría de Gobierno, empujado por circunstancias concretas, pero también por intrigas cortesanas.
Para lo cual confió plenamente en la operación de quien en la segunda mitad de su gestión se convirtió en la presencia más influyente dentro de la administración: Juana de la Cruz Martínez Andrade, la coordinadora de estrategia política quien desde un cargo inventada por ella misma, ha incursionado en la toma de decisiones que impactan en los tres poderes, en la relación con el gobierno federal, e influyendo en un núcleo duro dentro del Partido Acción Nacional.
Es decir, de facto, la verdadera Secretaria de Gobierno ha venido siendo Martínez Andrade, peor ante el crecimiento de los problemas en la recta final del sexenio, definitivamente se inclinó por elegir un refuerzo en la persona del ex procurador de los derechos humanos, Gustavo Rodríguez Junquera, a quien ya le había permitido dejar sucesor en ese organismo autónomo.
Sin embargo, para todos los efectos, Rodríguez Junquera no está asumiendo el rol para el cual fue incorporado y está dejando sola a la coordinadora de estrategia política quien de nuevo ve como se le abren los frentes.
Un caso muy reciente de fracaso en la gestión de la agenda de conflictos emergentes ocurrió en el caso del brote de dengue, el cual le explotó en las manos a otro de los funcionarios impulsados en su ascenso por Juana de la Cruz Martínez, el secretario de salud relevista Daniel Díaz Martínez.
Abandonado en el manejo mediático por el vocero Enrique Avilés, quien prefiere evitar los territorios de quien fuera su antecesora en el cargo en el sexenio de Juan Manuel Oliva, Díaz Martínez navegó con decisiones erráticas, nombró un vocero amigo de Juanita que le renunció a las primeras de cambio, se enredó con las cifras, con negativas frente a un problema que crecía semana a semana, con un intento de minimización que desmontaban los hechos semana a semana.
El médico Díaz Martínez ha terminado responsabilizando de la crisis a los medios, lo que constituye una de las conductas más torpes que se puede imaginar en el manejo de la información pública.
Pero en todo ese trayecto, jamás se registró una intervención del Secretario de Gobierno Rodríguez Junquera, no obstante que el tema era de salud pública y de seguridad para la población, para acompañar al inexperto Díaz Martínez en sus apariciones pública y enviar la señal de que había preocupación de parte de otras esferas del gobierno en atender la emergencia.
El asunto tuvo otra complicación con la aparición de los altos funcionarios que son familiares directos del gobernador Miguel Márquez, un primo y una sobrina. Al parecer esa fue la situación que hizo que se replegaran otros integrantes del gabinete, dejando a Díaz Martínez todo el paquete.
El secretario de Salud mejor consiguió el respaldo de los priistas delegados del IMSS y del ISSSTE para acudir al Congreso que de sus compañeros de gabinete.
La lección que dejó el caso no ha caído bien en el resto del gabinete. Si ante un problema tan complejo se deja solo a un secretario a que se rasque con sus uñas, entonces ¿cuál es la diferencia entre el anterior y el actual secretario de gobierno?
Rodríguez Junquera tiene más oficio político que su antecesor, pero parece metido de lleno en los detalles y no está observando el panorama de conjunto. Además, muchos de sus compañeros de gabinete, más veteranos y más curtidos en la dinámica del gobierno y de los problemas por enfrentar, no tienen mucho tiempo para esperar a que tome el ritmo que hace falta.
Fue una mala señal que se tardara demasiado en designar al relevo de Rolando Alcántar, en la subsecretaría de vinculación, solo para aceptar finalmente una sugerencia de la propia Juanita: Martín López Camacho.
Pero con todo y ese peso, a la intermediación de Juana de la Cruz Martínez pocos son los secretarios de despacho y titulares de paraestatales y descentralizadas que se atreven a acudir, pues en su afán de librar de toda carga a Márquez, eleva mucho la cuota de responsabilidad de los funcionarios, haciéndolo además con un estilo que pocos aguantan.
El síndrome del fin de sexenio se acelera en estos últimos días, lo que obliga a muchos de esos mismos funcionarios a tocar base con Diego Rodríguez Vallejo, creyendo que así pueden salvar su tránsito. No se percatan que el delfín tiene sus propias complicaciones y que en este momento no está para ayudar a nadie sino para recibir toda la ayuda que sea posible.
Con el clima laboral derivado de todas estas tensiones, es más que entendible que el gobernador mejor opte por jugar al karaoke en la Alhóndiga de Granaditas para “homenajear” a José José o que se lance a tomarse la foto del recuerdo con Fernando Alonso en el Gran Premio de México.
Así, mientras Juanita de la Cruz Martínez gobierna lo que queda del gobierno, el gobernador cae en el dolce far niente en el que es especialista y magnífico anfitrión Fernando Olivera. El tiempo no pasa en balde.