Llegaron al poder denunciando vicios que hoy practican: la generación de Carlos Medina y Juan Ignacio Martín se ha convertido en todo aquello que combatía hace 3 décadas.
¿Porqué el secretario de Finanzas, que dice a todo mundo que no tiene ninguna necesidad de trabajar en el gobierno y que, además, exhibe una sospecha constante sobre la moralidad o la eficiencia de sus colegas y subordinados, designó a un funcionario sin perfil ni carrera en un cargo de responsabilidad, solo porque es familiar de un empresario influyente?
En la política que requiere el país abrumado por la sombra constante de la corrupción gubernamental, no deberían aceptarse los moralistas con pies de barro, ni los jactanciosos que tropiezan a las pirmeras de cambio. Sin embargo, parece que de ser así nos quedaríamos sin funcionarios.
Hace poco menos de 30 años, Juan Ignacio Martín Solís llegó a la política de la mano de Carlos Medina Plascencia. En esa época los empresarios leoneses cercanos al PAN se comían la lumbre a puños. Hicieron la primera administración no priista de León y mejoraron sensiblemente los procecimientos y los comportamientos en la vida pública local.
De allí dieron el salto a la gubernatura del estado, no sin ayuda del presidencialismo priista en una de sus épocas de mayor absolutismo. También lograron cambiar formas viciadas de hacer política, aunque traicionaron el empuje democrático de Vicente Fox y se acomodaron a convivir con el odiado PRI y su estilo perverso y seductor de entender la cosa pública.
Ahora, tanto Juan Ignacio Martín como Carlos Medina ya son, como dijo el poeta, todo aquello que combatían cuando tenían 20 años.
Fracasada la posibilidad de transformar la política y el país, optaron por el pragmatismo: si no puedes con ellos úneteles.
Hoy, sin chistar, el irreductible tesorero de Guanajuato confraterniza con la figura de Rafael “Gallo” Barba, influyente compadre del gobernador que, sin estar en la nómina, es una figura presente y sobresaliente en el devenir cotidiano del gobierno, con familiares, amigos y exempleados ubicados en puestos estratégicos de las áreas administrativas de muchas dependencias.
Esa figura, más cercana al PRI al que Martín Solís y sus camaradas de armas llegaron a expulsar y perseguir en 1991, patentiza hoy lo maleable que se ha vuelto la moral de los viejos reformadores.
Así que nadie se espante de los moches de Luis Alberto Villarreal o del súbito enriquecimiento de Bárbara Botello, si hasta los más duros entre los duros ya cayeron en el juego de la simulación y el hacerse de la vista gorda.
Por eso los ciudadanos más atentos, que no son tan pocos como se imaginan quienes disfrutan las mieles del poder, están desconfiando de todos los políticos por igual. Hoy, en la política mexicana y en la guanajuatense, no hay una lucha de honestos contra corruptos.
Ahora, la única batalla es por ver quien elude mejor la fiscalización mediática (no hay de otra); o, bien, quien hace gala del mayor cinismo una vez que lo pillaron con las manos en la masa.
En este reino del cinismo, es posible defraudar a los más pobres entre los pobres pidiéndoles 3 mil pesos con la promesa de una casa barata que nunca llegará. También es posible que el gobierno responda que nada puede hacer hasta que no se presenten denuncias, como si los pobres tuvieran abogados a la mano.
¿Se trata de proteger a los ciudadanos? No, se trata de proteger a los políticos, después de todo “hoy por tí, mañana por mí”.
Por cierto, Miguel Márquez dirigió 4 años la ecretaría de la Gestión Pública, una de cuyas tareas primordiales era la de crear, preservar y fortalecer el Servicio Civil de Carrera. Allí ya tuvo trabajando a Alfonso Salvador Aceves Barba, un joven destripado de sicología, al que le dio el puesto de “jefe de departamento B”, encargado de “auditar entidades y secretarías del gobierno estatal”.
¿No había un funcionario más capaz, con grado académico, con trayectoria para un puesto así? Probablemente, pero no tenía un compadre del secretario en la familia.
Sin embargo, no hay que exagerar. Ya en su puesto, Ponchito Aceves, como le llaman sus amigos, tomó un curso sonbre “la ética como factor de transparencia”, que lo dejó encaminado para sus nuevas encomiendas y hasta lo ostenta en su currículum. ¿Tomaría Miguel Márquez el mismo curso? A lo mejor no, a juzgar por los resultados.
¿Se trata de emplear a los más capaces y de volver eficiente al gobierno? No, se trata de hacer favores a los amigos porque se puede, porque no hay sanción, porque el encargado de aplicar la norma es el mismo que la viola. A fin de cuentas, como reza la filosofía en boga en el servicio público mexicano: qué tanto es tantito.
¿Juan Ignacio Martín, Gerardo Sánchez, Miguel Márquez, Bárbara Botello, Luis Alberto Villarreal? Las diferencias son de grado no de sustancia.