La lucha reivindicatoria de los derechos humanos de las mujeres en Guanajuato no sería lo mismo sin la existencia de varias organizaciones no gubernamentales que han ubicado una y otra vez este tema en la agenda pública del estado con la urgencia que se merece.
Sin la exitosa batalla legal y mediática para liberar a media docena de mujeres encarceladas por abortos, protagonizada por Centro Las Libres, Guanajuato estaría hoy entre las entidades más represoras del país y rezagadas en materia de derechos reproductivos.
Sin la acuciosa participación de la Clínica de Interés Público del CIDE, sin la integración un grupo de apoyo a Lucero, sin la solidaridad de otras organizaciones históricas de defensa de los derechos de género, como el Centro Victoria Díez, sin la tenacidad y el trabajo incansable de Las Libres, en Guanajuato el tema de la equidad sería solo una frase perdida en los discursos oficiales.
Los políticos tienen dos tics de los que es muy difícil sacarlos. En uno de ellos se la pasan demandando la participación de la sociedad para que las cosas mejores, para que las denuncias prosperen, para que la corrupción sea combatida. El segundo se presenta como la queja constante de que las cosas no mejoran porque los ciudadanos son apáticos y todo el peso de la tarea queda sobre sus hombros.
Para nuestros políticos, once de cada diez, los ciudadanos y su participación son una magnífica figura en la retórica de los discursos, pero son un auténtico pain in te ass, cuando se erigen en interlocutores críticos, demandantes, contestatarios.
A estos, nuestros políticos, les gusta el pueblo como escenografía, como señoras que lanzan bendiciones, niños que dan abrazos y acarreados que gritan porras. Allí es cuando disfrutan los baños de pueblo. Para esa cultura, patriarcal y antidemocrática, los gobernados serán siempre menores de edad que deben ser cuidados, pero que también están obligados a hacer lo que se les diga.
La sociedad moderna, la del siglo XXI que reclama su lugar, que asume su responsabilidad que toma en serio la retórica frase de que los problemas deben ser enfrentados por todos, gobernantes y gobernados, esa no es la que prefieren quienes nos gobiernan, lamentablemente.
Por eso es perfectamente entendible que Miguel Márquez Márquez, gobernador del primer estado del país al que se coloca en una ruta crítica para declarar la alerta por violencia de género, no quiera sentar en la mesa donde se afrontarán las responsabilidades derivadas de esa circunstancia a las organizaciones pioneras de la lucha por la equidad de género en Guanajuato.
Miguel Márquez no quiere arriesgarse a que le espeten, como los campesinos zapatistas de Morelos: “…y venimos a contradecir”.
Sin embargo, alguien debe decirle pronto al gobernador de Guanajuato que su empeño constituye una batalla perdida. El avance en materia de equidad de género y la aplicación de políticas públicas con perspectiva de género no son modas pasajeras, como quisieran pensar algunos fundamentalistas.
En los próximos meses veremos más mujeres en los cargos de responsabilidad pública a todos los niveles y , no obstante que no todas ellas posean la formación para plantear una modificación en las reglas del juego político y en las propias políticas públicas, la mayoría participará en el reclamo.
No incorporar en la comisión de seguimiento de las recomendaciones de Conavim a organizaciones de la sociedad con militancia en la defensa de los derechos humanos de las mujeres, y tratar de sustituirlas con instituciones académicas, es el último canto del cisne del machismo antidemocrático del gobernador Márquez.
Lo único que está haciendo es evidenciar su resistencia al cambio, su proclividad simuladora y su incapacidad de diálogo, no obstante que haya logrado engañar momentáneamente a una activista tan avezada como Marta Lamas, al contratarle una capacitación en perspectiva de género en las políticas públicas.
Todo indica que Miguel Márquez no quiere un cambio profundo en las condiciones históricas de rezago de las mujeres, sino solo aprobar una asignatura aunque sea de panzazo.Y esa, a la larga, nunca ha sido una buena política. Seremos testigos de esta derrota anunciada.