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¿Porqué tanta rijosidad entre los panistas?

In Análisis Político on enero 7, 2012 at 3:38 am

No es la primera vez que una contienda electoral por la gubernatura sube de tono en el PAN de Guanajuato. En 1999 la confrontación entre los equipos de Juan Carlos Romero Hicks y Eliseo Martínez Pérez se radicalizó a extremos que terminaron en la expulsión de varios conspicuos militantes de este partido, incluyendo el propio ex alcalde leonés.

¿Qué se peleaba entonces? Algo que sin duda no era menor: Romero Hicks era un perfecto desconocido para la mayoría de los militantes panistas de la época, pero se encontraba arropado por el Yunque. En cambio, Eliseo Martínez, quien aún es considerado el mejor alcalde de León de la era panista, representaba un PAN más puesto al día y contrario a la ultraderecha.

Romero venía de ser el rector de la Universidad de Guanajuato, donde había logrado la autonomía de la institución negociando entre el gobernador panista Carlos  Medina Plascencia y el líder de la mayoría priista en el Congreso, Carlos Chaurand Arzate, logrando acuerdos por encima de las diferencias partidistas y los enconos derivados de la elección de 1991 y el interinato posterior.

Reelecto para un segundo rectorado, el universitario se vinculó de manera estrecha con Vicente Fox, en cuyo gobierno colaboraba su hermano José Luis Romero Hicks, de militancia priista. Con ese apoyo y con el de Juan Manuel Oliva, entonces dirigente estatal del PAN, Romero fue preparado para competir con Eliseo e impedir que el grupo hegemónico ultra perdiera el poder en Guanajuato, frente a la corriente disidente.

La contienda se convirtió en un choque de trenes. Eliseo Martínez conquistó los votos de León y las ciudades del corredor industrial; Romero Hicks, gracias a Oliva, copó las pequeñas poblaciones del estado y gracias a alcaldes de infausta memoria como Gerardo Valdovinos, de Silao, tuvo el 100 por ciento de los votos en esas delegaciones.

Otro factor fue la intervención del gobernador interino, Ramón Martín Huerta, quien simulando seguir la línea dictada por Fox, se movía por la libre y regateaba su apoyo a Romero para dárselo a Martínez Pérez.

Todo ello confluyó en una asamblea en Irapuato que aún se recuerda: se fue a dos vueltas; sufrió un apagón cuando se contaban los votos de la segunda vuelta y, finalmente, con el voto ponderado de los integrantes del comité estatal, para entonces ya presidido por Gerardo de los Cobos, Romero Hicks se convirtió en candidato con menos del uno por ciento de ventaja sobre Eliseo Martínez.

El PAN se partió virtualmente en dos y las posteriores muestras de inconformidad derivaron en una purga de militantes y en un duro exilio interno para los eliseístas que permanecieron dentro del partido. Quedaron fuera del PAN personajes como el propio Eliseo y Alberto Cifuentes; otros como Braulio Monreal y Elia Hernández se pegaron a la pared para sobrevivir, lo que finalmente lograron.

Hoy, aunque se haya generalizado el tono acusatorio entre los precandidatos y prevalezcan las invectivas y los reclamos, la situación dista mucho de alcanzar la temperatura de la elección interna en el año 2000.

Para empezar, el choque se diluye mucho por la división de la corriente oficialista entre Miguel Márquez y Ricardo Torres Origel y, en menor medida, el ya eliminado Gerardo Mosqueda. En segundo lugar no se da el escenario de un panista con méritos, como Eliseo, desplazado por un advenedizo, como Romero Hicks. Al contrario, la meritocracia esta vez incluye a Márquez antes que a Córdova, quien sólo se defiende por su incursión en el gabinete federal y la vinculación con Felipe Calderón.

Lo que pasa en Guanajuato en este 2012 parece distar mucho del choque de proyectos y de grupos del 2000, como distan entre sí una comedia de un drama. Tan ligera es la confrontación que puede verse a aliados destacados de Córdova pactando con Juan Manuel Oliva para sacar sus intereses particulares, caso Luis Alberto Villarreal; o a Mayra Enríquez dividiendo sus apariciones entre Córdova y Torres Origel, a fin de no dividir sus votos en León.

Hay que darle crédito al viejo Marx: la historia se repite, primero como tragedia y luego como farsa, incluso entre los acólitos del pensamiento conservador, que no suelen leer al autor de El Dieciocho Brumario de Luis Bonaparte.

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