Nicéforo Guerrero Reynoso llegó a la alcaldía como reacción por la decepción del electorado de Guanajuato capital con el panista Eduardo Romero Hicks: jóven, con hermano gobernador, preparado y con perfil de sociedad civil, Lalo puso en evidencia que en política no se debe improvisar y que los buenos perfiles no dan oficio para tomar decisiones y lidiar con los intereses creados.
Sin embargo, el bono de credibilidad del veterano priista que disponía de un impresionante currículum en el ámbito federal, se desgastó en pocas semanas: un fraude inocente en el que hicieron víctima al DIF municipal, un vulgar pacazo de vividores, dejó en claro que los mejores días de Nicéforo como político ya habían pasado.
Después vino la autorización de las mesas en el jardín Unión a la regidora Karen Bustein de Valadez, como favor personal. En lugar de reglamentar de manera general el uso de la vía pública para una ciudad turística con pretensiones europeizantes, el alcalde se permitió el lujo de una vulgar mordida para ganar un voto opositor en el Ayuntamiento: el estilo priista de siempre.
Sin embargo, esos destellos fueron sólo el preámbulo para la obra cumbre de demolición de su propio prestigio: la autorización del cambio de uso de suelo en las inmediaciones del cerro de La Bufa a la empresa constructora Azacán, de Alejandro Marchoccio, el mismo empresario que apoyó la campaña de Nicéforo y le proporcionó oficinas de campaña.
Esa decisión, tomada a escondidas y con la oposición de varios regidores de su propio partido, pero con la complicidad panista y perredista, originó un verdadero terremoto cívico que culminó con la realización de un plebiscito, el primero de la historia moderna de Guanajuato, que derrotó de manera memorable la intención niceforiana de urbanizar las faldas de los cerros emblemáticos de la ciudad, los mismos que constituyen parte de su patrimonio protegido por la Unesco.
A partir de entonces, diciembre del 2010, la administración de Guerrero Reynoso ya no hizo más que vegetar. Las decisiones quedaron en manos del secretario del Ayuntamiento, Gabino Carbajo Zúñiga; y de su hijo, el segundo síndico, Gabino Carbajo Guzmán. Nicéforo se dedicó a viajar a costillas del erario so pretexto de promover a la misma ciudad que habia querido lesionar con sus proyectos fracasados.
Este viernes 30 de diciembre, Nicéforo se retira de la alcaldía con toda la pena y ninguna gloria: deja obras polémicas e inconclusas; su gestión es un desastre hasta para sus propios colaboradores y entre los ciudadanos su imagen está por los suelos; le ha buscado pleito a los poderes estatales para armar una justificación y ni siquiera le han tomado en cuenta.
Dice que se va a buscar la candidatura a gobernador, algo que sería risible si no fuera profundamente patético. Dice que el entorno de Enrique Peña Nieto “le es favorable”, algo que no se duda dada la proclividad del prospecto presidencial priista a equivocarse, como se ha puesto en evidencia en las últimas semanas.
Queda claro, además, que los priistas siguen convencidos que su suerte depende del dedo del elector en turno y no de los ciudadanos. Con algo de respeto a los electores, Niéforo no debería ni de soñar con seguir en la política, pero confía en ser bien visto por el elector supremo: el estilo priista de siempre.
Resulta sano que Nicéforo se de cuenta de que hace tiempo que no ejerce la encomienda que le hicieron los electores guanajuatenses y actúe en consecuencia. Resulta positivo que asuma la responsabilidad quien ya la tenía en los hechos y que responda por ello.
Lo que sigue es que los ciudadanos de Ganajuato aprovechen la lección y cuiden mejor su voto en la próxima cita con las urnas: se ahorrarán muchos dolores de cabeza.