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PRI: la incapacidad opositora

In Análisis on enero 1, 2011 at 1:20 pm

Si algún problema grave y estructural padece el otrora (hace mucho) invencible PRI en Guanajuato, es la demostración palmaria de su falta de oficio como partido opositor y su incapacidad para superar la dependencia de la estructura del estado.

El PRI nació como un partido gubernamental y así se mantiene. Allí donde ha caído en la oposición le ha sido difícil ofrecerse como opción competitiva. Sólo el desprestigio rápido del panismo gobernante y los apoyos de sectores empresariales o de la burocracia central les ha permitido regresar en casos más bien excepcionales, como en Nuevo León y Yucatán.

A nivel nacional, mantienen vivo al PRI sus posiciones en las Cámaras y la fuerza de los gobernadores, uno de los cuales, casualmente el que cuenta con la tesorería más poderosa, es su buque insignia para la próxima elección federal: Enrique Peña Nieto. Ayuda mucho también el prestigio en caída libre de Felipe Calderón.

No ha sido así en Guanajuato, donde hasta el día de hoy la popularidad de los gobiernos panistas se mantiene por encima de su real eficiencia gubernativa; y donde el PRI no ha logrado generar ninguna confianza ni entre los ciudadanos, ni tampoco en sus líderes nacionales, sobre todo por su prolongada y consistente balcanización.

En Guanajuato, los priistas han procurado darse duro por debajo de la mesa, desde antes de perder el poder. Son proverbiales los enconos entre los políticos de estas tierras: Enrique Fernández contra Enrique Velasco Ibarra; Luis Dantón Rodríguez contra Fernández; Ignacio Vázquez Torres contra Miguel Montes; Montes y Vázquez contra Rafael Corrales Ayala; todos contra Ramón Aguirre.

Puede decirse que incluso se tardaron en perder el gobierno, sobre todo gracias a la debilidad de los panistas doctrinarios que se asumían como oposición leal y que fueron barridos por los bárbaros llegados del mundo empresarial con verdadera ambición de poder.

Aquella herencia no ha sido superada por los nuevos priistas, los que ya nacieron y crecieron con su partido en la oposición, quienes se han mostrado incapaces de hacer otra cosa que mantener alto el tono de discordia, de desconfianza: en una palabra, el sectarismo.

En los últimos tiempos llegaron incluso a ventilar sus diferencias en el ministerio público panista, cuando Miguel Ángel Chico y Bárbara Botello denunciaron penalmente a Wintilo Vega y Alejandro Arias.

Ayuda mucho a la descomposición la inexistencia de un liderazgo formal surgido de un consenso; ayuda mucho al caos y la anarquía, la falta de costumbres democráticas y la tentación autoritaria.

El PRI de hoy tiene un precandidato que acciona con apoyos desde el centro del país, concretamente la coordinación del Senado de la República, Francisco Arroyo Vieyra, quien hará depender su estrategia de lo que le sirva o deje de hacerlo a Manlio Fabio Beltrones.

Tiene otro precandidato mítico que reúne las esperanzas del empresariado distanciado del PAN, pero que a la fecha no ha sumado un sólo punto a su causa y que, curado de espanto por su derrota del 2000, espera la conjunción de astros más favorable para apersonarse, algo que podría ocurrir cuando sea demasiado tarde: Juan Ignacio Torres Landa.

Tiene, además, otro factor de disrupción en la llegada del diputado salvaterrense Gerardo Sánchez al liderazgo nacional de la CNC, esa entelequia de organización que ha renacido al calor de los subsidios de los programas sociales de la era panista. Probablemente el legislador no esté interesado en ser candidato esta vez, pero sí lo estará en construir una plataforma de futuro, negociando posiciones a cambio de enterrar el hacha de guerra.

Se aprecia, por lo pronto, la inexistencia de un momentum favorable al PRI para convertirse en una opción alternativa de gobierno. Y ello, sobre todo, a causa de sus propias limitaciones, lo que es más trágico.

Este panorama continuará en evolución. Ya lo revisaremos con más detalle.





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