Los partidos exhiben sus carencias y ponen su crisis al desnudo en el proceso de selección de candidatos. ¿Cómo van a gobernar la sociedad, si no pueden hacerlo ni consigo mismos?
Cuando se revisa con algo de detenimiento lo que está ocurriendo en cada uno de los partidos políticos que conforman en espectro de la vida institucional de México y de Guanajuato, se puede apreciar de cuerpo entero dónde radica su incapacidad para enfrentar los problemas de gobernanza que nos aquejan.
La selección de candidatos a los diversos cargos en juego en os próximos comicios, permite observar un profundo retroceso democrático en los partidos. Ninguno de ellos puede jactarse de ser “escuela de democracia” si no son capaces ni siquiera de procesar la elección interna de candidatos sin dividirse, según el más socorrido de los argumentos para hurtarle el cuerpo a las prácticas democráticas más elementales.
El partido que gobierna hoy en Guanajuato parece el más afectado por esta crisis puesto que si de algún tipo de fortaleza era dueño Acción Nacional, es precisamente el de ser un partido con una vida interna que no rehuía ni el debate ni las urnas.
Durante décadas, el PAN pudo resistir la hegemonía con tintes totalitarios del priismo, por una reciedumbre cívica que encontraba su mayor sustento en la fe democrática y la construcción de ciudadanía.
Esa herencia del panismo clásico, el que le aportó a la vida política de México más valor desde la oposición que hoy en el gobierno, es la que se ha perdido en este 2018, de la mano de personajes como Ricardo Anaya y sus seguidores en los estados, como Miguel Márquez y Diego Sinhue Rodríguez en Guanajuato.
El PAN es hoy, a todos los efectos, un PRI tardío y defectuoso, si ello es posible, que lo es. A todos los efectos, hasta tiene su PPS y su PARM: lo que queda del PRD y MC. Esa conversión, disfrazada de intento de “cambiar de régimen”, es quizá uno de los mayores pasivos de la transición democrática interrumpida que vivimos y que ya es degradación democrática.
¿Qué decir del PRI? El chiste se cuenta solo cuando reparamos en que este partido no pudo encontrar en su amplia militancia un representante que pudiera vestir los valores de la honestidad y la eficiencia, por lo que debió echar mano de un mascarón de proa “apartidista”, que en realidad es un tecnócrata al mejor estilo de los que hipotecaron al país entre 1982 y el 2000, aumentando drásticamente la desigualdad y construyendo una nueva cauda de millonarios globales sobre las ruinas de una sociedad confrontada y saqueada.
El ciudadano Pepe Meade está tan ajeno a su partido que no se da cuenta cuando le meten goles como la selección de candidatos a gobernador que son todo lo contario de lo que él dice representar, como pasó en Guanajuato. ¿Vino nuevo en odres viejos? Ya se sabe que no funciona desde los tiempos del Evangelio.
Y ahora vemos como el candidato Gerardo Sánchez le hace la guerra a su propio partido al impulsar a su fiel escudera la diputada Irma Leticia González a que emigre a Morena, casualmente para disputarle el municipio de Irapuato a Yulma Rocha priista a la que Sánchez no ve con simpatía, algo que sin duda agradecerá con creces el panista Ricardo Ortiz.
Morena, alimentándose con los restos del naufragio, al igual que el PVEM, no parecen ofrecer una solución a la crisis de representatividad de los partidos a los que aspiran a desplazar. En todo caso esos mismos políticos que hoy emigran por resentimiento o por vanidad serán tanto o más ineficaces en sus nuevas formaciones de lo que ya lo fueron en las antiguas.
Y expectante de este obsceno vodevil, está el ciudadano, desencantado por lo demás de lo que le ha traído la (in) competencia política, temeroso de que este 2018 no sea ningún parteaguas de nada, sino un descenso más hacia la barbarie que ya nos inunda por todas partes.