Quizá tarde, el primer alcalde de León y primer gobernador panista se dará cuenta de que hubiera sido mejor preservar su lugar en la historia que concluir su carrera como un político protagónico, dogmático y deshonesto.
Fue el primer alcalde panista de León y el primer gobernador panista de Guanajuato, así haya sido bajo la sombra de una negociación. Carlos Medina tenía ya un lugar en la historia política de Guanajuato y del país. Incluso su fallida incursión a la política nacional como diputado y senador, no había desmerecido aquellos primeros logros.
Nunca logró crecer como cuadro nacional del PAN, después de su distanciamiento con Vicente Fox, quien no tomó nada bien su cercanía con Carlos Salinas y Luis Donaldo Colosio, y se lo hizo sentir desde la gubernatura y la presidencia de la República.
Su derrumbe ocurrió cuando se enfrentó por la dirigencia nacional del PAN contra Manuel Espino, que lo derrotó de forma humillante con apoyo de Fox y de Martha Sahagún, allí aseguró que renunciaba a la política y se dedicaría a su familia. Incluso, su abandono fue tan radical que dejó a sus partidarios con un palmo de narices en la negociación de posiciones en el nuevo comité nacional.
Sin embargo, Medina faltó a su promesa y regresó a la política, primero como asesor informal de Miguel Márquez quien lo tomó como su deidad tutelar del panteón histórico panista, ante el alejamiento de Fox para apoyar abiertamente a Enrique Peña Nieto.
A ese acercamiento se debe un nombramiento como el de Juan Ignacio Martín Solís, tesorero de Medina en la primera mitad de los 90 en el cierre del interinato y el funcionario más cuestionado de Miguel Márquez, junto con la titular de Transparencia, Isabel Tinoco.
Y, merced a lo mismo, Medina se vio fatalmente involucrado por Miguel Márquez en la decisión sobre el candidato en León, donde los reiterados vetos del exgobernador a sucesivos candidatos marquistas, derivaron finalmente en la postulación emergente de Héctor López Santillana y a la incorporación del propio Medina y de Luis Ernesto Ayala a la planilla.
Como buen político mexicano a la antigüita, Carlos Medina no tuvo ningún empacho en romper la promesa de retirarse de la política, de la que había puesto como testigo a su familia, para aceptar un cargo similar a aquel con el que dio sus primeros pasos en política en 1985, treinta años atrás: un asiento en el Cabildo.
Sin embargo, lo que podría ser un ejercicio de modestia, un ejemplo de vocación de servicio y de humildad, se ha convertido, paradójicamente en una actuación plagada de soberbia, de cinismo y de defensa de intereses.
Carlos Medina asumió la presidencia de la Comisión de Hacienda y con ello la titularidad del Comité de Adquisiciones, desde donde han surgido algunos de los temas que contribuyen a desgastar la imagen de una administración que venía a aclarar los excesos del gobierno priista, a sancionarlos y a establecer una ética transparente en la función pública municipal.
Hoy Carlos Medina salta a la historia mexicana de la infamia con la afirmación de que no es su trabajo indagar si las empresas que se presentan a licitar cuentan con accionistas reales o ficticios.
Y surge la pregunta: ¿entonces cuál es su trabajo: asignar contratos sin revisar a diestra y siniestra? Para eso no se necesita un comité de adquisiciones ni un reglamento, pueden volver a los viejos tiempos del dedazo y la discrecionalidad, justo todo aquello contra lo que Carlos Medina peleaba hace treinta años.
Si los prestanombres no son relevantes, ¿entonces es posible que los funcionarios municipales constituyan empresas que le provean al municipio? ¿Este es el estilo de gobernar que iba a dejar en el olvido los latrocinios del barbarismo?
Justo cuando el país y, señaladamente, el líder de Acción Nacional, demandan un nuevo sistema anticorrupción, Carlos Medina decide hacer esta aportación a la picaresca política nacional:
“Imagínense entonces que cualquier persona, cualquier licitante, cualquier concursante que esté participando aquí y no me digan en lo de Parques y Jardines que son como 35 los que compraron las bases, tendríamos que revisar entonces si eres o no la accionista de la empresa, son cuestiones que van más allá de lo que nos compete a nosotros.”
Con esa lógica, mañana le pueden dar un contrato a una empresa de Bárbara Botello o hasta del Chapo Guzmán.
Este es Carlos Medina Plascencia versión 2016. Quizá hubiera sido mejor que se quedara en casa y permitiera a sus seguidores recordarlo como el panista que echó al PRI de Guanajuato y no el que el que le dio continuidad a un priismo mental en el municipio de León, bajo los colores del PAN.