Difícilmente se podía haber dado una reunión como la de ayer, de seis horas, entre el Presidente de la República y los padres de las víctimas de Guerrero, desaparecidos y asesinados, sin la presión generada en el último mes por la opinión pública de todo el país y del extranjero.
Probablemente no sea fácil dar respuesta a los reclamos de quienes sienten un dolor profundo, agravado por la incertidumbre y la falta de respuestas, pero que también ven como se pretende manchar la imagen de sus vástagos.
Sin embargo y aunque el gesto haya tardado un mes, como tardó la decisión para que el gobierno federal asumiera responsabilidades en el caso lo que solo se hizo cuando la crisis rebasó Guerrero e impactó al propio habitante de Los Pinos, la acción de dialogar y, sobre todo, de escuchar, no puede ser minimizada.
A final de cuentas, un gobernante también debe ser educado por las circunstancias y por la crítica surgida desde la sociedad. Quien se resiste a esa pedagogía de la política moderna, lo único que logra es aislarse y ver limitada su eficiencia para la formulación de políticas públicas eficientes.
A lo mejor Enrique Peña Nieto se ha tardado en darse cuenta de que el país que gobierna va más allá de las concepciones políticas de los oligopolios mexicanos, sobre todo los de la comunicación; y que modernizar al país no es solo reformar leyes en conjunto con una clase política clientela y corrupta (de todos los partidos), sino lograr mover aunque sea mínimamente el profundo trasfondo de rezagos sociales, desigualdad económica, injusticias y desequilibrios regionales, que se ha acumulado en el país.
Quizá hoy, después de haber escuchado por seis horas a los padres de Ayotzinapa, con voces y rostros muy distintos a los asistentes a los actos cotidianos del mandatario, donde la audiencia parece una mera escenografía para la política de imagen de Los Pinos, con baños de pueblo y sesiones de “selfies” perfectamente calculadas, Peña Nieto ya tiene una noción más profunda de lo que significa “mover a México”: algo mucho más complejo que lidiar con su domesticada oposición.
Sin embargo, en su voluntad de diálogo, que aunque haya sido impuesta por la circunstancias no deja de ser una decisión política relevante, Peña Nieto no está siendo seguido por muchos de los políticos que se identifican como “peñistas” a lo largo y ancho del país.
Un ejemplo de ello es el de la alcaldesa de León, Bárbara Botello Santibáñez, quien luego de haber logrado arrebatar la plaza más importante de Guanajuato al PAN, ha sido respaldada con recursos históricos de parte del gobierno federal, buena parte de los cuales se desperdiciarán por falta de planeación, por ausencia de transparencia y por simple y llana corrupción.
Eficaz para vender su cercanía con el gobierno federal como instrumento de amenaza y de chantaje, sobre todo en las luchas internas de su partido, así como para capitalizar gestiones en diferentes oficinas de la ciudad de México, la alcaldesa de León no ha tenido la atingencia y la disposición para gobernar con un ánimo de construcción de consensos, como lo exhibió Peña Nieto en su política pactista, sino todo lo contrario: en León, la tónica del gobierno ha sido autocrática y excluyente.
Esa forma de gobernar ya tiene sus consecuencias, y su respuesta, en el divorcio flagrante entre la alcaldesa Botello y la población que gobierna, que la ha reprobado en los estudios de opinión realizados de forma independiente, por otros partidos políticos y en los que la propia administración ha contratado.
Sin embargo, las cosas se agravan. El nuevo momento que vive el país y que requiere una extrema sensibilidad de los gobernantes, como ya lo detectaron los asesores presidenciales, en León no ha permeado. Esta semana dos manifestaciones de indignación y solidaridad por la situación del país, pero también por la de León, no tuvieron una interlocución de altura con las autoridades leonesas.
La movilización de alrededor de dos mil jóvenes e integrantes de organizaciones sociales, realizada el martes 28 de octubre por la tarde-noche, encontré la puertas del Palacio Municipal cerradas y resguardadas por un cordón de policías. A la vez que los estudiantes leoneses realizaban un mitin perfectamente pacífico y festivo aún en su dolor, a la vuelta de Palacio se colocó a un destacamento de antimotines, listo para cualquier “eventualidad”.
No puede haber una distancia más abismal entre lo que están pensando y sintiendo los gobernantes encerrados en sus despachos, que la gente en las calles. Por si fuera poco, ante los reclamos de mayor seguridad y la indignación por la muertes de jóvenes leoneses ocurridas en asaltos, las respuestas de la alcaldesa han sido la de negar la realidad, primeramente; y después la muy previsible de echar mano del ejército,aunque sea retóricamente y, por cierto, a contrapelo de políticas federales que buscan devolver a las fuerzas armadas a sus bases.
Al día siguiente, el miércoles 29 de octubre. Una impactante manifestación de médicos, enfermeras, trabajadores de la salud y estudiantes, no ameritó que la alcaldesa se diera un tiempo para escuchar el dolor de una importante comunidad de la ciudad que perdió a uno de los suyos de forma absurda, sino que los remitió de forma directa con el secretario de seguridad, en una cuestión meramente instrumental.
Nadie le pedía a Botello que le dedicara seis horas a los médicos de León, como hizo Peña Nieto con los padres de los normalistas; incluso ni siquiera era necesario, ante la ocupada agenda de los manifestantes, pero un gesto de cercanía hubiera sido pertinente, agradecible y hubiera contribuido a modificar la impresión de altivez, frialdad y distancia que irradia la presidenta municipal fuera de sus giras prefabricadas.
Es la hora del diálogo. Lo mismo para Peña Nieto que para Bárbara Botello o Miguel Márquez, quien por cierto cuando se dignó a sentarse con los deudos del estudiante Ricardo de Jesús Esparza, vulneró el encuentro al asumirse como vocero de la familia ente los medios para darse un autoespaldarazo.
Es la hora del diálogo entre gobernantes y ciudadanos, pero de un diálogo genuino y sin recámaras ni trampas. Harán muy mal, les irá muy mal, quienes no lo entiendan.