Los acuerdos sostenidos entre el ex candidato del PAN a la alcaldía, Miguel Ángel Salim Alle, y la alcaldesa priista a punto de tomar posesión, Bárbara Botello, para impulsar a Guillermo Romero Pacheco como el próximo contralor del municipio pueden dar lugar a muchas especulaciones pero, antes que nada, ponen en evidencia la falta de reflejos del partido derrotado en la pasada elección municipal.
Una vez que ocurrió la peor debacle electoral del panismo en el último cuarto de siglo, justamente en la ciudad que consideran el bastión y la cuna de su poder, la situación política del principal municipio de Guanajuato en términos de población, de economía y de liderazgo social, debió de convertirse en una prioridad de la dirigencia estatal de ese partido.
No ha sido así. Más ocupado en transitar entre las pugnas de corrientes en que se convirtieron la postelección y los preparativos del nuevo gobierno estatal, el jefe panista Gerardo Trujillo Flores ha pospuesto cualquier tipo de decisión sobre lo que su partido debe de hacer en León.
Ello ha posibilitado que el control de la situación política en el PAN municipal lo continúe ejerciendo Miguel Salim, a través de la expectativa del manejo de sus cuatro regidores en el próximo cabildo, ya que el quinto, de origen aliancista, tendrá su juego por separado.
Aunque esta situación tiende a deteriorarse, ante la reciente insubordinación del delegado encargado del comité municipal, Arturo Falcón, quien ha dejado de hacerle caso a Salim para buscar la posibilidad de quedarse más tiempo en el comité y adquirir capital propio.
Lo cierto es que la falta de visión estratégica está aumentando el deterioro causado por la derrota. Ni los intereses cortoplacistas de Falcón, ni la continuidad del desbarrancado proyecto salimista pueden ser las guías para la reconstrucción del PAN en León y su redefinición frente al reto de volver a la oposición después de 24 años de ejercer el gobierno.
Haría falta más ponderación, mayor reflexión, una fuerte capacidad de análisis para encontrar los puntos finos de la reconstitución del PAN, de su papel frente al gobierno de la priista Bárbara Botello y su interacción con el gobierno estatal de Miguel Márquez Márquez. Ninguno de esos ingredientes puede ser encontrado en quienes salen de la trinchera tras haber perdido la batalla.
Sin embargo, tampoco el grupo que perdió la elección interna del PAN a principios de año, el que lideran el inminente ex alcalde Ricardo Sheffield y Mayra Enríquez, quien fuera su precandidata, están en posición de encabezar la recomposición. Desde luego, esta no puede hacerse sin ellos y tampoco contra ellos.
Todo lleva a que debería ser el comité estatal quien encabezara el esfuerzo de convocatoria y el proceso de regeneración política del panismo leonés, apelando a la presencia de todos los liderazgos vigentes, algunos de los cuales podrían incluso no inscribirse en ninguna de las dos posiciones que han polarizado la vida interna del partido en los últimos años.
Se sabe que Gerardo Trujillo ha convocado a los ex alcaldes panistas de León, salvo Eliseo Martínez expulsado de las filas del partido desde hace tiempo, para iniciar un proceso de reflexión. Puede ser un recurso válido, sin embargo, también parece un escenario muy limitado para entrar a fondo en el tema.
Ex alcaldes como Luis Quiroz, Jorge Carlos Obregón o Ricardo Alaniz, prácticamente ha perdido todo su contacto con las bases del partido. Los dos primeros incluso han olvidado sus raíces empresariales para dedicarse a medrar en la burocracia; el tercero, emprendedor exitoso, ya no tiene la política entre sus prioridades.
Luis Ernesto Ayala, en cambio, es uno de los grandes responsables de la derrota de julio pasado. Al sobreproteger a Miguel Salim y haber cerrado los ojos frente a sus debilidades, el ex alcalde leonés no puede eludir los saldos de la debacle, algo que ya incluso ha aceptado en corto frente a sus allegados: “nos equivocamos de candidato”, ha dicho el ex secretario de la Gestión Pública de Juan Manuel Oliva.
Carlos Medina se ha convertido en una especie de fondo moral del PAN. Su aparición en los escenarios públicos es una garantía de credibilidad de quien logra convocarlo, sin embargo, ha dejado la operación política completamente de lado y su conocimiento de la circunstancia reciente del panismo es prácticamente nula.
En síntesis, la reunión de notables que constituyen los ex alcaldes de León puede llegar a ser una tertulia interesante para Trujillo, donde quizá extraiga algunas enseñanzas, pero difícilmente se aprecia que pueda haber allí una reserva política de la que se pueda echar mano para superar la parálisis a la que condujo una derrota que no por anunciada fue menos sorpresiva.
Ganaría más el dirigente estatal del PAN si logra sentar en una mesa de diálogo y de propuestas a las verdaderas cabezas reales de las corrientes panistas: a Salim, a Sheffield, a Enríquez, a Oliva, a Torres Graciano; ganaría más si se arriesga a hacer una política que sea a la vez de tierra, pero también de altura; definitivamente, ganaría más si logra que los grupos pongan sobre la mesa sus intereses más inmediatos y sus proyectos de largo plazo y luego trata de encontrar puntos de conciliación.
Desde luego, en esa mesa debería tener un lugar el propio Miguel Márquez, quien no puede darse el lujo de ser ajeno a la suerte de su partido en León. Si en la próxima elección el PAN no logra una plataforma competente y un candidato con liderazgo ante todo el panismo del municipio, para ese partido ya no sólo estaría en riesgo León, sino el estado completo.
La gran interrogante es si Márquez quiere ser el gobernador que le devuelva la viabilidad al PAN como opción de gobierno o si su sino es convertirse en el Ernesto Zedillo de Guanajuato y lo que quiere es salvar su imagen personal a costa de entregar el poder a sus adversarios. De eso, sólo el propio Miguel Márquez tiene la respuesta.
Twitter: Arnoldo60