El Guanajuato político que comenzará a partir del próximo septiembre, cuando tomen posesión los integrantes del nuevo Congreso, el próximo gobernador y, un mes después, los alcaldes entrantes, será radicalmente distinto al que hemos conocido por lo menos en los últimos tres lustros.
Desde la llegada al poder de Vicente Fox, en 1995, la nueva clase gobernante panista se manejó con un absoluto desprecio por la política de concertación con otras fuerzas partidistas.
En el caso del ex presidente, hoy de vuelta en el redil priista del que salió invitado por Maquío Clouthier, el tema era de personalidad: los priistas eran, en esos años finales del siglo XX, una raza sino en extinción por lo menos sí en retirada. Fox se asumía como el heraldo de un cambio que le traería a Guanajuato, primero; y a México, después, la modernidad pospuesta.
Entonces, no había mucha necesidad de establecer interlocuciones válidas. El PAN que llegaba al poder en Guanajuato de la mano de la protesta cívica y una gran energía social, no tenía nada que negociar con los priistas anquilosados y, a su juicio, corruptos.
Y aunque tuvo que soportarlos en Congresos donde todavía tenían presencia mayoritaria, era famosa la advertencia de Fox al PRI: “si no me aprueban la propuesta, les echo la gente encima”.
Juan Carlos Romero Hicks y Juan Manuel Oliva, diferentes en el estilo a Vicente Fox y menos espectaculares en sus desplantes, tampoco debieron ocuparse de contemporizar con sus adversarios políticos, sobre todo a causa de sus espectaculares victorias electorales, de la mano de coyunturas nacionales favorables en las elecciones concurrentes y de desarticulación opositora en los comicios intermedios.
Frente a Congresos que rozaban la mayoría no sólo absoluta, sino incluso la calificada para modificaciones constitucionales, además con la posibilidad siempre presente de realizar cooptaciones entre las bancadas de los partidos pequeños, los panistas evitaron sistemáticamente el diálogo maduro y la negociación seria con el PRI como segunda fuerza política del estado.
Esa es una de las cosas que cambiará irremediablemente en la próxima administración estatal.
En primer lugar, variará la conformación del Congreso, si bien no de manera sensible si en forma representativa. Las cifras al día de hoy permiten proyectar una mayoría panista de 19 diputados, lejos de la mayoría calificada de 24 curules. La primera oposición, el PRI podría llegar hasta 12 diputados. Cinco más quedarían distribuidos entre los partidos de izquierda, el Verde y Panal. Desde luego, se trata apenas de una aproximación que no quedará despejada hasta la calificación de la elección y la asignación de plurinominales.
Donde sí cambiarán drásticamente las cosas es en las alcaldías, otro espacio de representación plural. El PAN disminuirá el número de gobiernos municipales de 25 a alrededor de 20. Entre esas pérdidas estará León y buena parte de su zona metropolitana donde se concentra el 30 por ciento de la población del estado: Silao, Romita y San Francisco del Rincón.
El PAN recupera municipios de importancia como Valle de Santiago y Acámbaro, pero en general gobernará a nivel municipal menos población que sus adversarios, sobre todo los priistas.
Ese esquema cambia las bases de negociación. Un gobierno que quisiera repetir los esquemas de monolitismo político, de negativa al diálogo y de autismo ideológico, generaría un grave conflicto de gobernabilidad en este nuevo Guanajuato.
Desde tareas como la seguridad pública, la construcción de una policía única, la asignación de obra pública, sobre todo la de impacto regional y hasta la ubicación de nuevas empresas mediante donaciones de terrenos, deberá pasar por nuevos esquemas de coordinación.
Además, es previsible una articulación entre los alcaldes priistas y su bancada en el Congreso, lo que necesariamente deberá pasar por una recomposición de su dirigencia partidista de la mano de los jerarcas de este partido en la ciudad de México.
El tradicional abandono sufrido por el priismo guanajuatense durante los años de la concertacesión entre los presidentes de ese partido y los gobernantes locales del PAN, seguido de un abandono aun peor, aunque explicable, cuando este partido perdió la presidencia de la República, pasará a mejores tiempos.
Es de esperarse que al PRI nacional, si bien puede no interesarle un sabotaje deliberado del gobierno panista de Guanajuato, si estará atento a que Miguel Márquez no se convierta en un mandatario exitoso que pueda sembrar una recuperación panista.
Allí es donde deberá extremar su aplicación y sus instintos el único político blanquiazul que tuvo éxito en la elección del pasado domingo. Por lo pronto, queda más que justificada su ruptura absoluta con la matriz olivista de la que surgió, pero también un replanteamiento del equipo con el cual pretende gobernar, pues muchos de los que le han rodeado hasta ahora no parecen muy capaces de enfrentar los desafíos por venir.
De momento se aprecia el surgimiento de un PRI beligerante que tendrá su buque insignia en Bárbara Botello, la próxima alcaldesa de León y primera mujer que llega a gobernar el mayor municipio del estado y, por si fuera poco, a desterrar un cuarto de siglo de historia panista.
Ante eso está un panismo que, por lo menos a la fecha, se antoja puesto a la defensiva por su derrota nacional y sus pérdidas locales. Que esta situación permanezca, se profundice o cambie, dependerá del talento de los personajes en el reparto.
Por lo pronto, el público se encuentra expectante.