Otra cosa para agradecer a la eclosión de la conciencia juvenil que nos ha sorprendido a muchos en este mediodía del 2012, es la apelación a la historia como maestra de la vida, de acuerdo a la vieja conseja clásica.
Si algo les daba esperanza a algunos políticos priistas, menos obtusos que la mayoría de sus compañeros, para confiar en su regreso al poder, era la amnesia que parecía apoderarse de las nuevas generaciones en relación con el pasado inmediato.
“Estos jóvenes no conocieron al PRI gobernando, toda su experiencia tiene que ver con el PAN, así que bien pueden votar por nosotros”, decían.
La afirmación llevaba en sí misma una autocrítica, desde luego no explícita y mucho menos voluntaria: la de saberse incorregibles, la de que el PRI que quiere regresar no ha cambiado en nada, que ni siquiera se ha planteado superficialmente la posibilidad de hacer las cosas de manera distinta.
El movimiento de insurgencia juvenil, apenas en formación y en busca de su propia identidad tiene, por lo pronto, un referente que une a la mayoría: el no regreso al pasado autoritario y al semifascismo priista con su idea corporativa de la sociedad.
Esa es ya una gran ganancia. Al final del día, saber historia, leer sus enseñanzas y ser crítico en base al relato histórico, es algo de lo que este país ha carecido en sus capas amplias de población. Por eso nos ha ido como nos ha ido.
Y, desde luego, no es algo fatal, lo podemos cambiar. Como dice una parodia de la propaganda siempre ocurrente de una cadena librera: “¿piensas votar por el PRI? Tenemos libros de historia.”