Menos de setecientos delegados de un total de mil seiscientos que conforman el Consejo Político Estal del PRI, acudieron este domingo a ungir a Juan Ignacio Torres Landa como su abanderado en la contienda por la gubernatura de Guanajuato.
No ocurrió la precondición establecida por el político de San José Iturbide, de ser candidato único, tuvo que enfrentar una contienda obligado por una decisión jurisdiccional, que fue meramente testimonial, por parte del alcalde de Pueblo Nuevo, Leonardo Solórzano. Tampoco salió a la competencia acompañado de un equipo estelar de candidatos a alcaldes. En realidad, esa parte apenas empieza y amenaza con ser un quebradero de cabeza.
Los acontecimientos ocurridos en el PRI en las últimas semanas muestran palmariamente que en política no hay milagros ni soluciones sorpresa. La ausencia de Torres Landa por casi dos sexenios en la política de Guanajuato le están cobrando un precio alto.
Al día de hoy su segunda candidatura dista mucho de la presencia que despertó la del año 2000, no obsante la cual fue avasallado por Juan Carlos Romero Hicks envuelto en la ola del foxismo rampante que asaltó la presidencia de la República.
¿Bastará la construcción mediática y mercadológica del candidato presidencial Enrique Peña Nieto para marcar una diferencia en Guanajuato?
Sería mejor que Torres Landa no se confiara en “armas ajenas”, como aconsejaba Maquiavelo y que prepare su propio plan y su estrategia política y personal para enfrentar lo que sin duda será un hueso duro de roer: el panismo más exitoso y más arraigado de la República, con todo y su relativo descrédito como gobierno.