El mayor problema que sigue enfrentando el inminente candidato priista a la presidencia de la República, Enrique Peña Nieto, es la falta de densidad, las ataduras entre lo que se dice y lo que se hace, la inconsistencia entre la imagen que se desprende de los hechos y la que construye la mercadotecnia.
Nadie duda de que Peña Nieto es popular, sobre todo entre los priistas que no lo ven como un líder sino, más allá de eso, como una insignia del regreso al paraíso del que fueron expulsados en el año 2000.
Nadie duda de que el olor a futuro que se desprende de la magia de las encuestas, eficaz sustitutivo del viejo dedazo presidencial, lo vuelve carismático para los hombres del dinero, ávidos de la cercanía con el poder, del signo que sea.
Nadie duda, y menos que nadie los viejos priistas hundidos en el desempleo público, condenados a trabajar como cualquier mortal y a cobrar salarios deplorables, que Peña representa el regreso a la tierra prometida.
Pero allí terminan las certezas y empiezan muchas dudas.
Por ejemplo en el hecho de que no se haya procesado con eficacia y oportunidad la designación de un candidato a la gubernatura y que en la comida con algunos de los factores económicos más importantes de Guanajuato, se exhiba una romería artificialmente inflada de seis aspirantes, varios de ellos caricaturescos.
O en la promesa de recuperar Guanajuato e impedir “las trampillas” del PAN, después de haber coqueteado con la idea de importar a un panista para comandar a las huestes priistas.
Sin duda alguna, el candidato presidencial priista es un fenómeno político cuando adopta las poses de otras figuras construidas por el poder de la televisión y se deja envolver por el entusiasmo de las masas priistas.
Donde vuelve a convertirse en un político común y corriente, sin ningún talento especial, es cuando debe procesar decisiones estratégicas, que por el momento son para su causa, pero que en un futuro podrían ser para el país.
Y al final del día, su trabajo principal, aquel para el que se ha postulado, consiste en tomar decisiones todos los días y no en repartir besos y recibirlos.
Estamos eligiendo un presidente, no un Mister México, aunque se les olvide a los priistas en el extravío que les ha producido una docena de años alejados de los grandes presupuestos.
El PRI se juega un riesgo mortal. al poner todas las canicas y apostar sus activos a una carta de la baraja,representada el la figura de Peña Nieto.
Producto de la mercadotecnia y de una programacion, que ocupa los entramados internos familiares y los que a la vista publica, promocionan, el politico limpio y respetuoso, alejado de la imagen nefasta del PRI de la era del poder absoluto y prepotente.
Desgraciadamente cada dia que pasa se va desdibujando la imagen preconstruida, ante las resbaladas de los libros, las proles y las deplorables demostraciones del idioma Ingles, rematadas con los 40 minutos que tardo en memorizar, un parrafo de 30 segundos, para grabar un promocional en la escalinata de la Universidad de Guanajuato.
En fin… Querer que un idolo de barro soporte, presiones, golpes y algunos jalones, es,como tener la casa colgada de un clavo.