En términos de microfísica del poder, quizá el principal tema a analizar en las designaciones cabildeadas por el gobernador Juan Manuel Oliva y aprobadas por la comisión nacional de elecciones del CEN panista, se encuentre en la radiografía que ofrece sobre la lucha entre las dos facciones del olivismo: la emergente y la conservadora.
Uno de los mayores ingredientes del éxito político del PAN, al haberse mantenido 20 años en el poder en Guanajuato, ha sido su dinámica en la renovación de los liderazgos.
Por diferentes causas, en la primera década panista quienes encabezaron los gobiernos del PAN no tuvieron ni oportunidad ni deseos de prolongar sus esferas de influencia más allá del ejercicio de sus responsabilidades públicas.
Carlos Medina Plascencia concluyó su interinato cuando se realizó la reforma electoral de 1994, a la llegada de Ernesto Zedillo a la presidencia pues su antecesor, Carlos Salinas, no había querido por ningún motivo nuevas elecciones en Guanajuato.
Relevado por un Vicente Fox que regresó recargado tras la crisis devaluatoria de diciembre de 1994 y sus coqueteos con Cuauhtémoc Cárdenas, Medina prácticamente se retiró de la política por un par de años, regresando después como diputado federal por fórmula plurinominal, pero ausente de las decisiones locales.
El propio Fox y su interino, Ramón Martín Huerta, dejaron atrás las intrigas del terruño para atender la complicada agenda nacional tras el triunfo del primero en las elecciones presidenciales del 2000. Quizá uno de los últimos actos políticos de Fox en Guanajuato fue el de apadrinar la decisión de Elías Villegas y Juan Manuel Oliva, de postular a Juan Carlos Romero Hicks, frente a un Eliseo Martínez que bajo cuerda recibía el apoyo de Martín Huerta.
Ya gobernador, Romero Hicks fue el gran prohijador del cacicazgo político de Juan Manuel Oliva, por omisión más que por acción : lo hizo secretario de gobierno al tiempo que tenía su escaño en el senado como ruta de escape; le dejó el partido a través de Gerardo de los Cobos y le permitió copar numerosas posiciones ante la escasez de cuadros romeristas. Uno de esos puestos fue en el Congreso, donde Fernando Torres Graciano estableció un control que se siente hasta la fecha.
Con ambición política y con un equipo vasto, aunque no por ello eficiente, el imperio olivista comenzó su despegue en la precampaña de Romero Hicks, en 1999, y se consolidó con su propia aspiración y el triunfo electoral de 2006.
En ese sentido, el universitario Romero no tuvo ninguna oportunidad de tratar de generar una influencia transexenal, pues Oliva fue candidato al gobierno sin su consentimiento e, incluso, su tímido intento de retarlo a través de la postulación de Luis Ernesto Ayala, fue un fracaso rotundo al ser éste el último lugar de la contienda.
Doce años después, con las complicaciones y el desgaste propio del gobernar, pero también con una larga costumbre de disfrute del poder, que no siempre ha significado el ejercicio absoluto del mismo, Oliva ve como le surgen depredadores de su hegemonía no sólo al interior de su partido, lo que era de esperarse, sino en su propia corriente.
Torres Graciano, con sus estrategias de Blitzkrieg, le arrebató a Oliva el Consejo Estatal y la jefatura del PAN en Guanajuato. Aparentemente, más que una insubordinación, fue un acto de impaciencia ante los devaneos del gobernador con los panistas yunques, tras la salida de Gerardo Mosqueda del gobierno.
Sin embargo, la situación condujo rápidamente a una guerra de trincheras, en la que Oliva se hizo fuerte recomponiendo sus lazos con los integrantes de la ultraderecha en su gabinete. Es allí donde debe inscribirse la designación de Alejandra Reynoso en la Secretaría de Desarrollo Social, primero; y la incorporación de Guanajuato al esquema de designaciones del CEN panista, después.
Hoy lo que se observa es que un equipo con ambiciones y energía política, quizá demasiada, representado por Fernando Torres Graciano, varios alcaldes en funciones y cuadros de nivel medio de la administración, está siendo frenado por un estamento conservador, encabezado por Oliva y del que forman parte destacadamente Román Cifuentes, Juan Carlos López y Alberto Diosdado.
Para enfrentar la rebelión, Oliva no ha tenido empacho en aliarse con acendrados adversarios, como Luis Alberto Villarreal, Ricardo Sheffield y Mayra Enríquez. Sin embargo, el tema de las designaciones al Senado ha golpeado en transversal a este grupo y generado su propia descomposición.
El gran campo de batalla, en este momento, es la contienda por la candidatura presidencial, coyuntura sin la que hubiese sido más complicado lograr la inclusión de Guanajuato en el esquema de decisiones cupulares para las candidaturas.
Sería muy ingenuo, sin embargo, pensar que los saldos de estas batallas no afectarán la carrera por la candidatura al gobierno del estado.
Curiosamente, tanto José Ángel Córdova como Miguel Márquez coinciden en definirse en público por Ernesto Cordero (para ser consecuentes con Felipe Calderón, el primero; y con Juan Manuel Oliva, el segundo); cuando, in pectore, las simpatías de ambos están con Josefina Vázquez Mota.
Las lealtades cruzadas, el nomadismo entre corrientes, la compra de voluntades y, ahora, la consecuencia de las designaciones, son otros tantos factores que hacen de la contienda interna del PAN y de la elección de su abanderado para mantener el gobierno de Guanajuato, un escenario incierto por primera vez en una década.
Y, ese panorama se deberá, en buena medida, a la división del grupo que arribó al poder junto con Juan Manuel Oliva y que hoy se enfrenta a una sucesión sin testamento y con demasiados enconos en las alforjas.
Botepronto
Mientras la nómina de aspirantes priistas a la gubernatura crece, ahora con la incorporación de Bárbara Botello Santibáñez, en el PRI cambiarán drásticamente los escenarios cuando se produzca, más pronto que tarde, el inevitable relevo en la dirigencia nacional de ese partido, tras la salida de legiones de cadáveres del clóset de Humberto Moreira.
Al movilizado Francisco Arroyo Vieyra, el motivado Miguel Ángel Chico Herrera, el dubitativo Juan Ignacio Torres Landa, el encubierto Gerardo Sánchez, el cupular José Luis Romero Hicks, el risible Leonardo Solórzano y la histriónica Botello, habrá que agregar también al letal y soterrado Carlos Chaurand Arzate.
La principal vitamina para este crecimiento de interesados se encuentra ya no sólo en los buenos augurios de la perspectiva nacional que representa el auge de Enrique Peña Nieto, sino también en la debacle interna que amenaza al PAN en Guanajuato.
La depuración vendrá cuando caiga Moreira, el gran protector de aspirantes como Sánchez, Chico y Botello. Si la solución se decanta por el estado de México, con un epígono como Miguel Osorio Chong, crecerán las posibilidades de Romero y Torres Landa.
Si la respuesta viene por el Senado y el nuevo líder priista es Manlio Fabio Beltrones, Arroyo será el gran posicionado, aunque sin olvidar a Chaurand, por los pactos entre Beltrones y Emilio Gamboa Patrón.
Así que veremos como está nómina se afianza en el entendido de que algunos de ellos pueden ubicar en las fórmulas senatoriales una salida, incluso en la segunda de ellas, si lo que se espera es un PRI competitivo frente al PAN, así lo sea a pesar de sus propios militantes locales, empeñados en la discordia permanente.