Dice un autor español que Adolfo Suárez, el gran político franquista que desmontó las instituciones de la dictadura e inauguró la república monárquica que trajo la democracia al país ibérico, hizo lo más difícil: construir de la nada el nuevo sistema político; pero no pudo con lo más fácil: gestionar la nueva institucionalidad que contribuyó decisivamente a formar.
Toda proporción guardada, el símil puede ser útil para describir a Juan Manuel Oliva, un político que se hizo desde la militancia de a pie, sin recibir ningún tipo de heredades, hasta llegar a la gubernatura de Guanajuato, el máximo cargo político de la entidad; pero que ya allí, no logró algo que parecía más sencillo: ejercer el poder con sentido común.
Nadie puede regatearle a Oliva el mérito de haber encabezado a un grupo de operadores políticos regionales y municipales que se planteó como proyecto tomar el control del PÀN y, después, hacerse de la gubernatura, aunque en su momento no supieran bien a bien para qué.
En el camino aprendieron y el de Juan Manuel Oliva, con todo y sus muchos defectos, puede que no vaya a ser el peor de los gobiernos de Guanajuato en la era panista, si nos atenemos no sólo a su mala prensa, sino también a sus resultados en áreas como el crecimiento de la infraestructura educativa y la atracción de inversiones.
Lo que sí deja mucho que desear ha sido el manejo político del actual mandatario de Guanajuato, demasiado ensimismado en su panismo como para poder acceder a una visión de estado que le permitiera potenciar y fertilizar a su gobierno con puntos de vista de otras organizaciones políticas y de la propia sociedad.
Es paradigmático, por ejemplo, el distanciamiento del gobernador de Guanajuato con los partidos políticos que actúan en el estado. Sus reuniones en corto para revisar la agenda pública pueden contarse con los dedos de una mano en cinco años. Las últimas de esas citas fueron a instancias del ex dirigente estatal del PAN, Fernando Torres Graciano, hoy distanciado de Oliva.
Y ese es, precisamente, otro tema: en su propio partido Oliva ha cometido errores que hoy tienen al panismo al borde de una seria fractura, como no se había visto en años, quizá desde la escisión provocada por el ex alcalde de León, Eliseo Martínez Pérez, tras perder la candidatura al gobierno frente a Juan Carlos Romero Hicks.
Hemos hablado mucho sobre como ocurrió ese episodio, donde Oliva y Torres Graciano se acusan mutuamente de no respetar pactos previos, algo que los llevó a impulsar candidatos diferentes y, finalmente, a la victoria por un amplio margen de Gerardo Trujillo sobre Alejandra Reynoso, lo que representó una derrota del gobernador a manos del líder partidista saliente.
Quizás la mayor responsabilidad le compete al propio Oliva, quien bajó de su espacio natural como gobernador para ponerse a competir al tú por tú con quien se había afianzado como su operador político los últimos seis años. Es como pelearse con la cocinera o con el chofer del auto donde vas viajando. Al final del día, un político a cargo de una alta responsabilidad pública tiene muchos resortes para mover antes que llegar a las manos.
Oliva se metió en una confrontación innecesaria y, para acabar de arruinarla, perdió, desoyendo aquella vieja máxima de la táctica militar de sólo dar las batallas que se pueden ganar.
Acostumbrado a mover masas a los mítines panistas a fuerza de dinero, del erario o de los misteriosos contribuyentes anónimos que se pueden mover desde el poder, terminó por confundir movilización con operación, en un grave error del que lo despertó la realidad.
Desde luego, habría que preguntar si en verdad despertó, porque sus recientes dubitaciones sobre decisiones políticas a tomar en estos días evidencian que sigue instalado en un sopor, donde se mezclan sentimientos como la venganza política, los intentos de afirmación personal y la inevitable nostalgia por la pérdida del poder que se aproxima.
No de otra manera se puede explicar su aferramiento a proponer a la diputada Alejandra Reynoso, su candidata derrotada en la contienda panista, como sucesora de Miguel Márquez en la Secretaría de Desarrollo Social, lo que no sólo descobijaría una parte de la operación política, sino que podría plantear incluso un abierto desafío al proyecto de quien es considerado su delfín.
Desde luego, Oliva es el único responsable de lo que ocurra en su gobierno y podrá tomar ese y otro tipo de decisiones, incluso a riesgo de amenazar la estructura política que construyó.
Podría ser una decisión sana. El próximo gobierno, bien sea de cualquiera de los actuales aspirantes panistas o, incluso, de un opositor, podría gobernar sin herencias e inaugurar una nueva etapa, tras el largo ciclo de12 años de hegemonía olivista en el PAN y en la administración estatal.
Autofagocitado por las decisiones o por la confusión de su máximo exponente, la finalización del olivismo podría caerle muy bien a la sociedad de Guanajuato que, aunque sea por vías incidentales, lograría dar muestras de una cierta capacidad de regeneración.
Botepronto
Para quienes se siguen preguntando a qué se debe la ya larga vigencia política de un personaje como la leonesa Bárbara Botello, que nunca ha mostrado mucha sapiencia para leer escenarios, ni desbordada imaginación para el debate público, una repuesta podría encontrarse en el hecho de que sus adversarios en el PRI muestran una esclerosis mayor aún que la de la ex candidata a la alcaldía.
El invento que pretenden enarbolar las huestes de Alejandro Arias y Luis Gerardo Gutiérrez Chico, con el beneplácito de José Luis González Uribe y Francisco Arroyo Vieyra, para construir la candidatura del curtidor Alejandro Vargas Martín del Campo, nomás no prende.
Lento en el discurso, anacrónico como las propias siglas cenopistas ya vacías de militantes, Vargas quiere iniciar una precampaña a la alcaldía con una ausencia de ideas que estremece.
Como pretexto para traer al líder nacional del sector, el influyente Emilio Gamboa Patrón, no ha tenido otro recurso que inventar una premiación al militante desconocido, recurriendo al método del “se busca” para encontrar alguna alma en pena con credencial del sector popular en León.
Con esa elaborada estrategia, Bárbara Botello no tendrá ningún trabajo en volver a sentar sus reales en León, recurriendo a cuadros como Martín Ortiz o hasta el Chachis, Aurelio Martínez, tan poco imaginativos como Vargas, pero ligeramente más presentables.