No es casual la presencia en Guanajuato, en un solo fin de semana, del dirigente nacional del PAN y de dos de los principales aspirantes a la candidatura presidencial de ese partido, congregados por fines distintos pero, al fin, convergentes.
Gustavo Madero, Alonso Lujambio y Ernesto Cordero acuden a Guanajuato como viajeros sedientos a un oasis. En este momento, pocas entidades del país pueden ofrecerles lo que la nuestra: un panismo efervescente, triunfador y dueño de la escena por completo.
En esas reuniones, donde cada uno de los cientos de asistentes promete un voto, un activista, un compromiso, poco importa el desgaste en el ejercicio del gobierno, la incubación de divisiones internas, la inminente confrontación por los cargos de elección.
Guanajuato sigue siendo, a los ojos del imaginario panista, sobre todo de dirigentes y gobernantes, el estado de un millón y medio de votos buenos para la causa, cualquiera que esta sea.
Y ese capital político, construido por muchos y a lo largo de mucho tiempo, es el que ahora está en disputa en un espacio en el que hasta hace poco era difícil imaginar como escenario de discordia: el construido en torno al grupo liderado por el gobernador Juan Manuel Oliva.
Por ello, quizá la jornada de este fin de semana, que mostró de manera suficiente las esperanzas que los panistas del país, sobre todo los liderazgos en ese partido, tienen puestas en sus correligionarios de Guanajuato, funcione como un catalizador para apurar los acuerdos en la disputa por la dirigencia estatal del blanquiazul.
El asunto no es menor. Se puede entender una controversia partidista cuando hay de por medio diferentes visiones estratégicas o un choque de grupos de poder, lo que no es el caso en la división que enfrenta a Juan Manuel Oliva con buena parte de quienes han sido sus operadores en la última década.
Porque no se trata sólo de Fernando Torres Graciano. Convencidos del respaldo a Gerardo Trujillo, en la búsqueda de dirigir el PAN, se encuentran también Miguel Márquez, Mario Barrientos, Pilar Ortega y Miguel Salim.
Otros liderazgos regionales hechos a la sombra de Oliva, como Eduardo López Mares, de Irapuato; Artemio Torres, de Yuriria; Cuca García Ramos, de Pueblo Nuevo; Moisés Muñoz, de Cuerámaro; Martín Malagón, de Apaseo el Alto, entre otros, han resistido la llamada a cuentas y permanecen firmes con el coordinador de los diputados locales.
Mucho se dice que en el PAN las diferencias se ventilan abiertamente y, tras la contienda, se produce la reconciliación. Sin embargo, eso no es del todo cierto en la historia reciente y se complica más porque los argumentos que se han esgrimido desde la operación olivista no han sido ni tersos, ni mucho menos elegantes, sobre todo en lo que toca al secretario particular Román Cifuentes.
Lo que se pone en riesgo con una operación política que parece más próxima a un capricho que a un proyecto, no es el destino del panismo guanajuatense, sino la reserva política a la que desde muchos ámbitos nacionales se le tiene puesta la vista y que, incluso si el PAN perdiera la próxima elección presidencial, sería necesaria como el enclave para la recuperación futura.
Esa responsabilidad es la que tienen en sus manos los actuales liderazgos del PAN en Guanajuato y ante la cual, de tanto en tanto, parecen no estar a la altura que les conceden sus compañeros en otras partes del país y que les requiere el actual momento nacional de su organización.
Botepronto
Otro partido que dirime en estos días el relevo de su dirigencia es el de la Revolución Democrática: el 24 de julio, la izquierda partidista de Guanajuato elegirá la fórmula que continuará el trabajo desarrollado desde 2008 por el profesor Miguel Alonso Raya.
El dirigente saliente optó por acortar su periodo para evitar que el perredismo se encuentre con el trance de una renovación, justo cuando inician los diversos procesos electorales del próximo año.
En estos tres años, Alonso Raya vivió una paradoja, pues por una parte la fuerza política a su cargo se vio desbancada del tercer lugar en el espectro estatal, ante el crecimiento de la votación para el PVEM, que aprovechó una afortunada selección de candidatos a alcaldes en las principales ciudades del estado.
Pero, desde otro ángulo, el maestro salvaterrense le dio al PRD una de sus mayores presencias mediáticas y políticas a través de una sólida estrategia de debate con el gobierno panista y, a ultimas fechas, siendo decisivo para las medidas que se intentaron contra el anticipado proselitismo de los precandidatos de ese partido.
El reto de las tribus perredistas de Guanajuato será encontrar una fórmula que los mantenga en el debate en el tono de Alonso Raya: con más argumentos que estridencia. Pero, también, que logre elevar la calidad de su organización. No se ve sencillo.
Raya, por su parte, muy probablemente tenga su destino asegurado en el think tank de Carlos Navarrete, el perredista guanajuatense más exitoso en la política nacional. Lo deseable es que ni Alonso ni su paisano Navarrete se olviden del todo de su partido en Guanajuato.