El año termina con los partidos de oposición desgañitándose por el activismo atrabancado de los precandidatos panistas a la gubernatura de Guanajuato; también termina con la sensación nítida de que la autoridad electoral se ha convertido en una dependencia tan infame como lo era la vieja y casi olvidada Comisión Estatal Electoral que presidía el secretario de gobierno en los tiempos priistas.
Quizá es peor aún. Por lo menos en el autoritarismo priista, había una franqueza no muy lejana del cinismo: tenían la sartén por el mango y no pretendían engañar a nadie. Contra eso se luchó desde diversas trincheras sociales y políticas a fines de los ochentas y principios de los noventas del siglo pasado, y se ganó.
¿Se ganó? Creo que eso fue un arranque de optimismo de mi parte. No se ganó mucho cuando vemos hoy a un instituto electoral considerablemente más caro que su antecesor de la época autoritaria y, a la vuelta de los años, igual de ineficiente y notablemente más afrentoso para la sociedad, por sus pretensiones de “pureza”.
Por otra parte, no deja de ser altamente sintomático de nuestros precarios equilibrios políticos, que la ineficiencia del árbitro electoral sólo sea aprovechada por los militantes del partido en el poder, enzarzados en una dura disputa por el botín político; mientras que las oposiciones sólo reclaman la vuelta a la vieja normalidad, como si eso emparejara la cancha.
Es decir, para Miguel Alonso Raya, por ejemplo, también habría que castigar a Andrés Manuel López Obrador que tiene cuatro años en campaña, desde el día siguiente de las elecciones en las que fue derrotado y cuya legalidad se negó a admitir. En la misma posición estaría Carlos Navarrete, según lo declaró en la posada perredista en Celaya, a la que asistió para gozar el apapacho al militante local más conspicuo en la política nacional.
Es decir, el único discurso del partido heredero de la tradición revolucionaria, es la reivindicación de la legalidad formal e institucional, cuando una de las pocas posibilidades de desafiar la hegemonía panista en Guanajuato, radicaría en un activismo intenso y permanente que contrarrestara el empleo del aparato público en favor del blanquiazul.
Así, al día de hoy, la mayor y radical disidencia política en Guanajuato no está en la izquierda, sino en el propio PAN, cuyas corriente heterodoxas son las que han forzado el adelantamiento de los tiempos como instrumento para desafiar la dictadura de la corriente más conservadora. Vaya paradoja.
El PRI se cuece aparte: denuncia a sus adversarios, pero trata de hacer lo mismo a través de sus propios aspirantes que también están inmersos en una guerra interna como la panista. En el PRI, por lo menos en personajes como Francisco Arroyo, Gerardo Sánchez y Miguel Ángel Chico, puede haber hipocresía y también perfidia, pero, hasta ahora, por lo menos no hay impotencia, como si se aprecia en un PRD que casi está amenazado de desaparición.
Y ahí están al acecho de esos votos los Verdes, con un oportunismo rampante que los hace oscilar entre la complicidad con el PAN en el Congreso y la radicalización en la perspectiva electoral, donde no se ve lejano su acoplamiento con el PRI en 2012.
Sin duda, la actitud panista es arrogante: siguen creyendo que la verdadera disputa por el poder está en el seno de su partido y que lo demás es trámite. Pero no puede pasarse por alto que esa soberbia está bien alimentada por la ausencia de una oposición medianamente eficiente, elementalmente competitiva y mínimamente respetuosa de la inteligencia de los electores.
Y, lo más lamentable, derivado de ese complot de prepotencia y estulticia, los únicos paganos seguimos siendo los que no la debemos pero vaya que la tememos: los ciudadanos inermes.
hace tiempo escribi un comentario referente a que el ieeg a estas alturas es un proyecto frustado, que si bien es cierto en sus inicios fue esperanzador, actualmente su desprestigio es muy grande, ojala, aun cuando se ve muy dificil, sus nuevos integrantes le den el impulso necesario para ponerlo nuevamente a la vanguardia.