Alentados fantasiosamente por las cuentas alegres de su recuperación nacional, los priístas de Guanajuato, quien más, quien menos, alientan la posibilidad de un milagro que les entregue la gubernatura de Guanajuato envuelta para regalo.
Tan firme es la esperanza que hoy, incluso, abundan los precandidatos para abanderar a esta lejana segunda fuerza política que poco ha hecho para construirse a sí misma como una opción confiable.
Así como una circunstancia nacional les arrebató el poder en 1991, de la misma manera confían que el cambio de marea les sea benéfico en esta ocasión.
En consecuencia, las diversas corrientes priistas, de prosapia o de coyuntura, permanecen en la inacción, en la molicie y, cómo no, en la discordia permanente, tratando sólo de congraciarse con los mandarines del priismo nacional.
Responsabilidad particular en esta circunstancia que podría volverse trágica de no ser simplemente patética, le cabe al actual dirigente del PRI estatal, José Luis González Uribe, un personaje absolutamente lejano de las alturas que requeriría una conquista como la que esperan los priistas que les sea depositada en sus calcetines navideños, con una inocencia enternecedora.
Ubicado en el peor de los terrenos, el coyuntural dirigente priísta poco hace por la unidad, pues no ha podido alejarse de la guerra de grupos; pero tampoco asume una posición de fuerza, porque padece el fatal síndrome de querer quedar bien con todo el mundo.
La semana pasada, por ejemplo, la fracción priísta en el Congreso vivió una purga donde la diputada irapuatese Claudia Brígida Navarrete fue defenestrada de la vocalía
de la Comisión de Hacienda, una de las pocas posiciones de poder de ese partido, para ser relevada por la salmantina Alicia Muñoz.
La recomposición se leyó como una toma de poder (¡por fin!) de González Uribe frente al desacato constante que la propia Navarrete y su mentor político, el también diputado Miguel Ángel Chico, mantienen frente a su dirigencia. Además, la jugada parecía maquiavélica, al separar a la diputada Muñoz del grupo disidente.
Sin embargo, oh sorpresa, este lunes el líder tricolor mandó publicar en columnas políticas locales una declaración de hechos donde se asume ajeno a lo que ocurrió en el Congreso, subraya su respeto a Navarrete y responsabiliza de todo a la fracción, es decir, a su coordinador Hugo Varela.
Vale decir que en la cultura política priísta posiblemente nadie le tomó a mal a González el haber tomado una decisión, así fuera un tanto atrabiliaria; incluso, ni siquiera los afectados, que están en el juego y que no buscarán quien se las hizo, sino quien se las pague.
Al retractarse oficiosamente, el titubeante líder no convence a Chico y a Navarrete de su pureza de intenciones, pero sí deja con un mal sabor de boca a quienes se la han jugado con él.
Y esta situación no hace sino añadirse a un rosario de episodios anteriores que van dejando en claro que ,como enemigo, González Uribe es un encanto; pero, como amigo , es una tragedia.
Y con esas armas propias, muy poco colaborará el líder priísta de Guanajuato con el proyectado regreso nacional de su partido. Se aceptan apuestas