Nos hemos acostumbrado a desacreditar a la política como la causante de todos los males. Los propios políticos contribuyen a ello cuando piden que las cosas, los temas o las reacciones a los temas “no se politicen”. En realidad, se refieren a que no se partidicen, lo que es completamente diferente.
En realidad, la política como concepto de organización social bajo la fórmula de una representación que conduce los esfuerzos de una comunidad, constituyó un avance cultural: fue la sustitución del conflicto y de la guerra como única vía para dirimir diferencias entre grupos humanos, llámense tribus, pueblos, razas o naciones.
Cuando las diferencias en un conglomerado social hacen estallar la convivencia pacífica y nos regresan a la confrontación, lo que está fallando es la política, bien por insuficiencia de quienes formalmente ejercen la representación, bien por una crisis que evidencia el agotamiento de las fórmulas de consenso y la necesidad de replantear los acuerdos de coexistencia.

