Gobernar México no es una tarea sencilla. Un país plagado de desigualdades, con más de la mitad de su población carente de oportunidades, vecino de los Estados Unidos y vía de tránsito de la migración desde el sur, sometido a una espiral de violencia por grupos criminales locales y por mafias internacionales, ha sido y será un reto mayúsculo para cualquier gobernante.
Agréguese la dependencia económica, que no ha hecho más que incrementarse por la dinámica global y tenemos el coctel perfecto para desatar tempestades a partir de factores sobre los que no existe ningún control.