Conforme se acerca el inicio de las campañas nos queda la sensación de que esta película ya la vimos, me refiero a los que fuimos testigos de la caída del PRI en 1991. No es análisis ni premonición, solo una sensación, casi un reflejo involuntario.
Más que un análisis concienzudo de la realidad, se trata de un deja vu. Lo que pasa entre la red de actores políticos de Guanajuato pareciera una película de hace tiempo, un ambiente que regresa, la vuelta cíclica de los tiempos.
Un régimen político en decadencia tiene muchas similitudes con los que le precedieron cuando vivían ese mismo fin de etapa, aunque desde luego, no sea válido generalizar ni construir estereotipos.
Sin embargo, como le pasaba al PRI de 1991, el PAN de este 2018 pareciera una organización muerta a la que solo le da vida el dinero público y las estructuras gubernamentales.
Esa es la situación que subyace detrás de la prepotencia con la que se manejaron decisiones internas en el PAN: el olvido de que constituyen un partido político autónomo y la imposición de las visiones que ven en el partido solo una oficina más del gobierno.
Quizá el ejemplo más claro de aquello en lo que se ha convertido el PAN lo refleje en carne y hueso el dirigente del comité municipal más emblemático, el de León. Ricardo Alfredo Ling Altamirano fue el dirigente estatal del panismo que lanzó su primer asalto al poder en 1988, cuando arrebataron las tres diputaciones de León al PRI y a los pocos meses la presidencia municipal, con Carlos Medina.
El joven dirigente proveniente de Durango y avecindado en León, donde se dedicaba profesionalmente a cuestiones educativas, no gozaba de las confianzas del neopanismo que cuidaba cada una de sus entrevistas con el gobernador Rafael Corrales Ayala, quien era su padrino de bodas.
Sin embargo, con todo y esa cautela, Ling fue un enjundioso dirigente a la altura del empuje opositor que llevó, de la mano de un movimiento nacional, a poner en jaque el triunfo priista en la gubernatura en 1991.
Hoy, el dirigente leonés con una carrera venida a menos, goza de prebendas como la colocación de su familia política en la nómina gubernamental. Su activismo político es prácticamente nulo y solo fue escogido desde las altas cúpulas blanquiazules por no representar un riesgo para ninguno de los contendientes que disputaban la gubernatura.
Un poco es el mismo caso de Humberto Andrade, aunque sin el historial de Ling. Los dirigentes panistas han hecho gala de tibieza ante la determinación del gobernador Miguel Márquez de pasar por encima del partido para realizar un juego de salón del que han resultado los candidatos a la gubernatura, a las Cámaras y a los municipios. El PAN, como el PRI de la época de Corrales Ayala, simplemente está borrado.
Sin embargo, como ocurría en 1991, la época de poder más autocrático y de ceguera frente a la crítica, es justamente el momento de mayor debilidad de un régimen. Corrales Ayala nunca vislumbró la ola que se le venía encima justamente porque nunca entendió que las cosas estaban cambiando.
Hoy, Miguel Márquez cree no solo que podía gobernar a placer como lo hizo, por lo menos al interior del aparato estatal y en lo que hace al presupuesto público pues más allá la terca realidad no se ciñe a sus deseos, sino que también piensa que puede delinear el futuro y ejercer influencia a través de sus designaciones. Ni siquiera se da cuenta de que las cosas vuelven a cambiar.
El registro de Diego Sinhue Rodríguez Vallejo este lunes 19 de marzo en las instalaciones del Instituto Electoral del Estado, un organismo presuntamente autónomo e imparcial, recuerda los mejores tiempos del PRI y evidencia una soberbia que solo puede ser mala consejera.
Como al PRI de entonces, al PAN de hoy comienzan a crecerle las disidencias y las defecciones. Como entonces, los tránsfugas son tratados con desprecio y minimizadas las posibles consecuencias.
Al igual que en aquellos tiempos hay una circunstancia cambiante a nivel nacional que producirá sus efectos en Guanajuato, sin que bien a bien podamos saber de qué manera será.
Lo dicho, no es un análisis, mucho menos una profecía. Solo es una sensación de que esto ya lo hemos visto.