La generalización de la especie de una inminente partida de Miguel Márquez a las lides sucesorias, obligaría a preguntarse en qué condiciones se va y en cuáles podría llegar al escenario nacional, antes de dejarse llevar por la especulación.
Los rumores se multiplican en las oficinas de gobierno, en los círculos políticos y entre la comentocracia de Guanajuato: es cosa de días para que Miguel Márquez solicite licencia al Congreso, se separe del cargo y vuele a México para incorporarse a algún recoveco de la incierta sucesión presidencial, por supuesto a través del PAN.
Márquez se ha vendido como un interlocutor confiable con el PRD, a través de Miguel Ángel Mancera y de Carlos Navarrete. Su sueño sería ser un plan D o F para la candidatura frentista; su siguiente escala deseada sería la dirigencia nacional del PAN; y el reintegro podría ser la secretaría general del mismo partido.
Sin embargo, para que cualquiera de esas cosas pasen hace falta que Ricardo Anaya pida licencia, algo que solo ocurrirá cuando se definan los mecanismos y los acuerdos profundos del pacto político entre los tres partidos del Frente Ciudadano que hasta el momento parece tener de todo, menos ciudadanos.
El mejor instrumento político de Anaya para defenderse de los embates del gobierno y del PRI, así como de algunos de sus propios correligionarios, es la dirigencia partidista, desde donde controla los grupos de su partido en ambas cámaras y a los comités estatales. Dejará esa posición solo cuando tenga a la vista la candidatura presidencial.
Los planes de los que pudieron haber hablado Miguel Márquez y Ricardo Anaya, los acuerdos suscritos, cambiaron radicalmente con las batallas de las semanas pasadas: la división en el Senado; la renuncia de Margarita Zavala y el embate priista contra Anaya.
Sin embargo, el gobernador Márquez no ha variado el guión y ha pedido a su staff que vayan cerrando procesos. Ya definió los métodos de elección de candidatos en el PAN local; evalúo los avances de Impulso; dio banderazos de salida y cortó los listones que se podían cortar.
Deja, sin embargo, muchos pendientes, de esos que no se resuelven con una instrucción desde palacio o con un decreto en el periódico oficial: en Salud hay una crisis en progreso, derivada de malas decisiones administrativas; en Seguridad, Guanajuato está convertido en un campo de batalla de dos o más cárteles que están produciendo más bajas de involucrados y de víctimas colaterales, que los registrados en naciones con conflictos regulares.
Por si no fuera suficiente, la inversión de la planta Toyota en Apaseo del Grande, la joya de la corona de la inversión extranjera en Guanajuato, se encuentra en un fuerte proceso de ajuste por el entorno internacional, que ya ha cambiado el destino de la instalación y disminuido en la tercera parte la inversión pactada.
No son los únicos asuntos inconclusos. Márquez, a diferencia de Oliva, aún no entroniza a su delfín en la candidatura y de irse antes de fin de año, lo dejará en un verdadero predicamento. El sucesor puede ser otro dolor de cabeza, pues su favorito el legislador Éctor Jaime Ramírez Barba, puede llegar a ser un verdadero chivo en cristalería y no cuenta con las simpatías de los panistas y del gabinete, ni siquiera de todos los diputados de su bancada.
En otra situación coyuntural, Márquez tiene en proceso la definición del sistema estatal anticorrupción, la designación del fiscal especializado y la del fiscal general del estado; además de la renovación del Poder Judicial, donde concluyen los dos periodos consecutivos de Miguel Valadez.
No obstante la cantidad de situaciones en marcha y las complicaciones de política pública que vive el estado, es innegable que al gobernador Márquez le urge irse, que ya tiene el brazo cansado, y que quiere evitarse los momentos críticos que se avecinan.
¿Es ese, sin embargo, el mejor motivo para buscar una aventura transexenal? Pareciera que no. Querer salir huyendo de Guanajuato, un estado al que entrega en condiciones por debajo de las que lo recibió, no es precisamente el mejor proyecto político de futuro.
Miguel Márquez nunca tuvo un plan para incursionar en la política nacional y el destino se lo va a cobrar. De ser un apoyador incondicional del presidente Enrique Peña Nieto, hoy busca el cobijo de un Ricardo Anaya que rompió lanzas con el priista por todo lo alto.
¿Es Márquez el hombre que Anaya necesita para proseguir su batalla por el liderazgo del frente y contra el gobierno y el PRI? Por trayectoria, capacidad o temperamento pareciera que no.
Lo peor que puede ocurrir es que el guanajuatense deje cabos sueltos aquí y no llegue allá con ninguno amarrado. Sería el peor de los mundos.