Ir a pedir el voto será entrar en una zona de riesgo para los políticos tradicionales y repetitivos que padecemos; la reelección, su gran logro gremial vendido como una solución de continuidad, puede convertirse en un calvario.
No tengo ninguna duda de que a los responsables de instituciones públicas debe de preocuparles de sobremanera la desconfianza que les tienen los ciudadanos. No se es político para ser odiado, se supone que lo que les motiva es ser queridos y admirados.
Sin embargo, hoy la clase política, como se le conoce, está sumida en el desprestigio. Unos merecidamente, otros pagando las consecuencias. En general lo que está expuesto es una quiebra de la confianza en quienes conducen las instituciones, derivada no tanto de sus conductas, aunque eso sin duda lo agrava todo, sino del fracaso en conducir al país a mejores condiciones de vida.
Algo tiene la política, además, que se vuelve adictiva. Quienes llegan allí por una coyuntura ya no quieren dejarla y tratan de brincar de puesto en puesto; o, si el destino los separa temporalmente, sufren el síndrome de abstinencia y no pierden tiempo en tratar de regresar a los cargos públicos.
Ciudadanos esforzados y autosuficientes a lo largo de una vida, pierden el piso cuando pueden disponer de auxiliares, de celular y de vehículo pagado por el dinero público.
Yo supe que el PAN no sería el transformador de la vida pública de Guanajuato cuando un destacado militante clouthierista que había hecho marchas y tomado carreteras me confesó: “oye que comodidad es tener chofer y secretaria”.
Entonces, la dependencia de los jugosos salarios públicos, aún sin contar la posibilidad de las canonjías que da la corrupción sistémica que padecemos, genera funcionarios medrosos y dependientes cuyo máximo objetivo en el trabajo es continuar en él y no resolver los problemas bajo su responsabilidad.
Por eso hoy los ciudadanos inconformes, cuyo número crece a pasos agigantados aún en la muy tranquila provincia que es Guanajuato, ya no distinguen entre los partidos, saben que todos fallan por igual y que ninguno obtiene resultados.
Enamorados de “dar informes” y de colocar su fotografía en la propaganda oficial, donde se desperdician cantidades ingentes de recursos, estos políticos declarativos y mediáticos que todo lo resuelven en ruedas de prensa pero no en la realidad, no quieren darse cuenta de que sus mensajes ya no le significan nada a nadie, salvo a sus propios empleados que aunque tampoco los creen, tienen que simular un entusiasmo inexistente para no poner en riesgo su continuidad en la nómina.
Hoy, todos esos políticos están enfrentados a una situación de facto que debe tenerlos particularmente preocupados, pues normalmente desprecian las fluctuaciones de la opinión pública confiados en el esquema de que no hay escándalo que dure más de una semana y que al final pueden quedar impunes de cualquier señalamiento.
Lo que debe preocuparles es saber que deberán ir a pedir de nueva cuenta el voto a las calles. Todos esos alcaldes y diputados que estaban emocionados con la reelección, deben estárselo pensando de nuevo seriamente. ¿Qué cuentas van a dar? ¿Qué respuestas tendrán a los cuestionamientos que seguramente vendrán?
¿Serán tan cínicos de ir a prometer que cambiarán solo para conseguir respaldos que después de nueva cuenta traicionarán? ¿Creen que la paciencia aguanta tanto? ¿Jugarán con fuego?
Por lo pronto, con aquellos con los que hablo, los veo pasmados y desconcertados como nunca lo habían estado, pero no los veo trabajando en tratar de comprender y por lo tanto, no los veo capacitados para cambiar.
Repiten sus mismos viejos argumentos, creen que uno o dos trucos dialécticos les ayudarán a sobrellevar el temporal, recurren a los “expertos” en mercadotecnia y comunicación, los mismos que los han llevado a donde hoy se encuentran.
¿Qué pasará en las próximas semanas y meses? No lo se, pero si se que estaremos ahí para atestiguarlo.