No se distinguió por su creatividad o aportaciones, pero en el arranque de un nuevo periodo, el zapatero Pedro González cobra notoriedad en la presidencia del consejo de Sapal al operar un ilegal relevo de su director.
El actual presidente de Sapal, el empresario zapatero Pedro González García, no se destacó por sus aportaciones en su primer periodo, concluido hace unas semanas. Sin embargo, le bastaron pocos días de su segundo mandato para adquirir notoriedad, al propiciar un desaseado despido del director de la paramunicipal durante los pasados tres años, Enrique Torres López.
Todo parece indicar que a González le urgía la salida del técnico que manejó el sistema de agua de León en la complicada era de Bárbara Botello, más por razones personales que institucionales. El consejo de Sapal nunca fue enterado de la medida ni fue solicitada su aprobación, por lo que ese cuerpo colegiado deberá enfrentarse a hechos consumados.
La “operación” de González viene a sumarse a otras en la actual administración municipal que revelan la ausencia de un oficio político y de una sensibilidad afinada para manejar la mayor concentración urbana del estado.
Tanto si el alcalde Héctor López Santillana se encontraba enterado del paso a dar por el presidente del consejo de Sapal, que es o mínimo esperable; como si no lo estaba, que sería delicadísimo, de todas formas el hecho termina por lastimar aún más la imagen del funcionario que tenía como misión restablecer la serenidad y el buen juicio en el servicio público en León.
Seguramente el ciclo de Torres López al frente de Sapal ya había concluido pues en la teoría resulta difícil servir a dos administraciones de signos radicalmente distintos, aunque por otra parte abunden indicios de la existencia de vasos comunicantes entre Bárbara Botello y López Santillana.
El relevo, sin embargo, pudo ser de corte institucional, máxime que el presidente del Consejo fue respaldado para un segundo periodo. Nada precipitaba una decisión como la que se tomó la semana pasada, en ausencia del consejo.
Incluso, cuando López Santillana habla de la autonomía de los consejos y de su respeto hacia ellos, está incurriendo en una falacia, pues en este caso quien no respetó al órgano colegiado fue su propio presidente, al abusar de sus facultades.
Entonces resulta apropiado preguntar ¿había algo en la gestión de Enrique Torres que merecía un despido sumario? De ser así, la opinión pública merecería saberlo.
Hasta ahora, la mayor crítica enderezada contra Sapal en un medio de comunicación es que la tesorería de la dependencia guarda mil millones de pesos, como si se tratara de dinero congelado. La explicación de los responsables, incluido González, es que se trata de una prevención para los compromisos futuros de Sapal, entre otros la construcción de un acueducto periférico que distribuya el agua que llegará del Zapotillo.
Pero, aún aceptando la crítica, resultaría a todas luces contraproducentes que se despida al director que es ingeniero para colocar al frente del sistema justamente al extesorero del Consejo, Leonardo Lino Briones, corresponsable del “guardadito”, en todo caso.
La conspiración del presidente del Consejo, Pedro González, apoyado en el propio Lino Briones y en el exsecretario del Consejo, Oscar Garza Romo, deja mal parado a un alcalde que está urgido de mandar mensajes claros en el sentido de quién está al frente del municipio.
Tras este desaguisado, absolutamente innecesario si existiera capacidad de operación política mínima en el equipo de López Santillana, resultará que Sapal queda en manos de un nuevo grupo de interés que se agrega a los que ya encabezan Carlos Medina y Luis Ernesto Ayala.
Lo delicado es que esta anarquía feliz, que no parece producto de la descentralización o el respeto democrático, sino de la incuria y el desorden, seguirán minando las posibilidades de que la administración responda a lo que los leoneses están esperando de ella.
Pensar que el alcalde no estuvo enterado de la situación, sería delicado. Creer en cambio que lo estuvo, pero que fue ajeno al manejo tan deficiente, sería doblemente preocupante ante los retos que tiene la ciudad. Imaginar, finalmente que el presidente no solo estuvo de acuerdo, sino que avaló por completo el método y ahora quiere eludir las consecuencias, rebajaría su autoridad a los niveles de las alcaldadas que tanto le gustaban a Bárbara Botello.
Por donde se le vea, se hace necesario que en el tema de Sapal quede esclarecido y que el alcalde no se olvide que, por más ciudadanización que presuma, el dotar de servicios a la ciudad y garantizar su viabilidad en el futuro, es algo que también prometió cuando protestó el cargo.