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Miguel Márquez y el estilo suavecito

In Botepronto on febrero 25, 2016 at 3:59 am

Con un estilo aparentemente terso, el panista que hoy gobierna Guanajuato ha logrado un mayor control político que su implacable antecesor y mentor, Juan Manuel Oliva.

El gobernador de Guanajuato pasa por ser un político afable y civilizado. Su estilo de cero confrontación lo tiene en una envidiable situación en materia de popularidad, además de que se le considera carismático y negociador.

Sin embargo, Miguel Márquez no es de ninguna manera un político naif. Así lo dejan ver muchas de sus maniobras políticas, mucho más eficientes en el logro de resultados que las de su antecesor, Juan Manuel Oliva, quien pasaba por ser infinitamente más maniobrero, incluso perverso.

Con unos cuantos pases, Miguel Márquez tomó posesión de por lo menos cuatro diputados presuntamente opositores en la pasada legislatura. No obstante que el PAN tenía una representación paritaria con la oposición, en pocos meses y a través de una operación política encubierta, Márquez se hizo de los servicios de los tres diputados del PRD: Guadalupe Torres Rea, José Luis Martínez Bocanegra y Georgina Miranda.

Las cosas no pararon allí. A los pocos meses de iniciado el gobierno, en una negociación directa, el gobernador panista cooptó a un diputado priista, Guillermo Romo Méndez, con el socarrón expediente de declarar patrimonio cultural intangible la tauromaquia, a la que es aficionado el legislador tricolor.

Con cuatro votos en su haber, además de los 18 panistas, el resto de la LXII Legislatura fue coser y cantar para el siempre sonriente gobernador blanquiazul. Incluso, para rubricar su hazaña política, se dio el lujo de mandar a Romo Méndez como candidato a alcalde del PRD en León, a fin de estorbar la campaña del expanista José Ángel Córdova, postulado por una alianza de PRI, PVEM y Panal.

Nunca Juan Manuel Oliva hubiera soñado con maniobras de esta naturaleza, pese a que logró una gran relación con el PRD en la confluencia de candidaturas en otras entidad.

Pero no ha sido lo único. Márquez quizá ha hecho una faena aún más espectacular con el desmontaje de la imagen de Carlos Medina Plascencia como ícono de la hagiografía panista.

Mientras Juan Manuel Oliva contribuyó de manera decisiva al encumbramiento de Medina como santón del panismo, al mantenerlo sistemáticamente alejado de su gobierno y de sus decisiones, rechazando tanto sus incursiones como promotor de empresas proveedoras, como sus asesorías políticas, Márquez lo dejó entrar y lo colocó a un nivel terrenal.

Medina, sintiéndose el consejero más influyente de Márquez en los primeros años de su gobierno y reforzado por su padrinazgo sobre el anquilosado tesorero Juan Ignacio Martín Solís, nunca se imaginó que su momento de mayor éxito como gurú en Guanajuato, se convertiría en el inicio de su debacle.

Hábilmente seducido por Márquez, a quien le concedía escasa luces políticas, Medina se embarcó en la aventura de la candidatura a síndico del PAN, que lo tiene hoy colocado al nivel no de cualquier mortal, sino de cualquier político sin ética de los que pululan en nuestro entorno.

Con su paso actual por el municipio de León, alejado del toque novedoso y contestatario que tenía en los años 90, con una agenda plagada de ocurrencias en donde todas terminan por proponer una compra o un proveedor, Medina seguramente vive su última incursión en la vida pública de Guanajuato y, probablemente, la definitiva para marcar su historia.

Vaya con Márquez y su estilo suavecito: ya se echó al plato a varios opositores y ahora van con sus correligionarios. A ese paso más les vale a sus oponentes tomar en serio sus actuales devaneos con la precandidatura presidencial, así como su plan para dejar sucesor.

Hasta parece político del estado de México.

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