Lastrado por la carencia de operadores, el mandatario panista corre el riesgo de no poder colocar a los candidatos de su partido en los principales municipios
La selección de los candidatos panistas para los comicios de 2015 fue tomada por el gobernador Miguel Márquez con una gran ligereza. Trató de ganar tiempo, formó una mesa política con algunos liderazgos estatales, declinó la iniciativa y, en una acción que nadie entendió, eligió un método con base en encuestas y análisis de personalidad para encontrar “los mejores perfiles”.
En política, se sabe de antiguo, nunca hay vacíos: Cuando estos se producen, se llenan de inmediato por el accionar de otros actores siempre existentes. Incluso donde no hay oposición, cuando un político en condiciones ejecutivas decide abstenerse, el espacio ocupa hasta por los colaboradores en cuestiones domésticas.
Márquez es un político de pocos recursos, prácticamente sin equipo y sumamente desconfiado. Escogió para sus brazos políticos a dos de sus paisanos alteños: Antonio Salvador García y Juventino López. No evalúo capacidades políticas, solo lealtades.
En esas condiciones, cuando llegó el momento de diseñar respuestas a requerimientos políticos, como el diseño de las candidaturas a alcaldes y diputados, se vio asaltado por presiones, por indecisiones, por incapacidad de operación. Y todo ello, en la ausencia de un equipo que compartiera las responsabilidades.
Los tres principales operadores políticos de un gobernador son su secretario de gobierno, su coordinador de bancada en el Congreso y su líder partidista. Márquez tiene en esos cargos sus principales limitaciones.
En el caso del dirigente partidista Gerardo Trujillo,, su propia circunstancia temporal, donde debió depender de las decisiones del comité nacional panista para la extensión de su encargo, propiciaron que pactara acuerdos a espaldas del gobernador con el grupo de Gustavo Madero, que en asuntos guanajuatenses es representado por Luis Alberto Villarreal y Ricardo Sheffield.
Sin operadores, o con estos vulnerados por su inexperiencia política o sus compromisos, Márquez ha visto, con impotencia pero también con dejadez, como se le descomponen sus planes.
En León enfrenta la posibilidad real de que el candidato panista sea un político que nada le debe, como Ricardo Sheffield. Para evitarlo enfrenta una negociación dura en la que se le pide la coordinación de la bancada panista en el Congreso para un leal de Gustavo Madero, donde podría ir desde el impresentable Luis Alberto Villarreal, hasta Alejandra Reynoso, lo que probablemente sería peor que entregar León.
En Irapuato, Marquez corre el riesgo de entregar la plaza a Ricardo Ortiz, un constructor enriquecido a su paso por la Secretaría de Obra Pública de Juan Carlos Romero Hicks, alejado de la política y aliado de Sixto Zetina. La acariciada posibilidad de enviar un candidato externo, cultivada por el compadre y financiero de Márquez, Rafael Barba, ya fracasó.
En Celaya, Gerardo Trujillo se entretuvo por semanas en diálogos con Fernando Bribiesca, que finalmente decidió irse por el PRI, en una muestra más de donde están los actuales amarres de Vicente Fox y Martha Sahagún, lo que abrió ya la posibilidad de que Juan Manuel Oliva y Fernando Torres le madruguen a Márquez con Martín Rico frente al débil aspirante que es Ramón Lemus Muñoz Ledo.
En Salamanca, Justino Arriaga se salió con la suya de entregarle la plaza, no al PRI, sino aún peor, al Sindicato Petrolero de Carlos Romero Deschamps, el mismo dirigente sindical que avaló la rechifla a Márquez el 18 de marzo de 2013 en la refinería de Salamanca.
Parece que solo será una consecuencia de sus acciones el hecho flagrante de que el gobernador panista de Guanajuato que renunció a hacer política al entregarle sus espacios de operación a amigos y familiares, pero que además no logró retener la lealtad de Gerardo Trujillo, no tenga ni siquiera la posibilidad de colocar a un aliado o incluso a alguien que no sea su enemigo, en ninguna de las principales ciudades de Guanajuato.
El mayor problema es que a Márquez no lo está derrotando la oposición, sino su propio partido, en buena medida por su temor a intervenir y por la confusión en que incurrió al jugar la finta de ser neutral y terminar efectivamente siéndolo… cuando nadie más lo era.
Por si algo faltara, en el gabinete del gobernador las cosas no parecen estar mejor. Mientras algunos de sus secretarios, como Fernando Olivera, Ignacio Ortiz Aldana e incluso su asistente privado Ricardo Narváez, acuden a pedirle línea al “Gallo” Barba; otros como Juan Ignacio Martín Solís, se protegen en la figura de Carlos Medina; además están los que operan aún en la lógica de Juan Manuel Oliva, como Héctor López Santillana y Carlos Zamarripa.
En Guanajuato el desdibujado PRI no parece ser una amenaza para Miguel Marquez, quien parece tener más ascendiente en ese partido a través de Guillermo Romo y Jorge Videgaray, pero resulta altamente significativo que el desplome del marquismo se esté produciendo por la insurgencia de las tribus panistas, cada vez más beligerantes ante la escasa capacidad de conducción del mandatario.
Mientras esto pasa, Marquez deshoja la margarita de cambios con empezando con Javier Usabiaga, en la Secretaría de Desarrollo Agroalimentario, cuando el prospero empresario constituye una de las pocas voces independientes y reconocidas a nivel nacional, que quedan en su desfalleciente gabinete.
Con este complicado panorama termina el año y comienza la temporada electoral de Guanajuato. No parece el mejor terreno para hacer buenos augurios.