Nadie que esté interesado en la historia reciente de Guanajuato, nadie a quien le importen la política y las nuevas expresiones sociales, nadie que esté minimamente al tanto de los debates sobre la equidad de género, sobre la defensa de los derechos humanos y sobre los vaivenes de nuestra sociedad, puede perderse la exhibición del documental “Las Libres… La historia después de…”, este martes 4 de marzo en el Teatro Principal de la ciudad de Guanajuato, a las 6 de la tarde.
Los gobernantes de Guanajuato son muy dados a ponderar lo que en el argot organizacional se ha dado en llamar “los casos de éxito”, para referirse a las historias emblemáticas, a los personajes que se convierten en insignia de un proyecto… o de una lucha.
Esta, la de Las Libres, será una historia diferente. Algunas de sus protagonistas ni siquiera sabían porqué debían estar allí, pero cuando llegó el momento, estuvieron a la altura.
Un grupo de mujeres, con diversos grados de marginación y de pobreza, fueron encarceladas por denuncias de empleados de los servicios de salud, convenientemente instruidos para denunciar abortos bajo una consigna ideológica de los gobiernos panistas de Juan Carlos Romero Hicks y Juan Manuel Oliva.
Esta es su historia y la de cómo lograron enfrentar al estado que las criminalizó y las convirtió en víctimas por partida doble, hasta obtener su libertad.
Es también la historia de una organización de defensa de los derechos de las mujeres que ha madurado en la lucha contra los prejuicios de un estado que se precia de ser adalid de visiones conservadoras y de posturas religiosas asumidas desde el ejercicio del poder público.
Con una preparación jurídica, con alianzas sólidas con académicos y abogados, con un núcleo acotado en número pero rico en convicción, Centro las Libres es hoy un referente nacional para la lucha de los derechos de las mujeres y se ha ganado el respeto de organizaciones más antiguas y con mayores recursos.
Sin embargo, más allá del activismo de Las Libres, lideradas por Verónica Cruz, la historia del cineasta colombiano Gustavo Montaña tiene como protagonistas a las mujeres que abortaron, que fueron acusadas de homicidio y que padecieron sentencias agravadas. Su desconcierto, su desamparo, sus historias donde se revela la faz más ominosa del gobierno, su lento e irreversible empoderamiento, el nacimiento de su fe en sí mismas y su rechazo a unos políticos que se mostraron conciliadores y paternalistas solo cuando los acorraló una opinión pública indignada y demandante.
Yo diría que la gran historia en la película de Montaña, quien dejó una fructífera carrera de psicología experimental para volcarse en la exploración del mundo a través de la lente cinematográfica, borda en torno al poder de la gente sencilla para hacer grandes cambios, cuando empiezan por cambiar ellos mismos.
La historia contradice, con una estética fulgurante que va ensamblando opiniones, posturas e imágenes a la velocidad de un thriller, la intución que nos abruma casi a todos, todo el tiempo: la de que nada cambia, la de que todo está perdido, la de que “ya ni modo.”
Y creo, además, que esa historia apenas está comenzando. Así que no se pierdan la premiere de este martes 4 de marzo, a las 6 de la tarde en el Teatro Principal de Guanajuato. Seguro tendrá consecuencias y algún día podremos decir: allí estuvimos nosotros.