Los priistas de Guanajuato suelen equivocarse a menudo con sus interpretaciones de la circunstancia nacional. La falta de autonomía que les afecta desde hace 21 años, con presidentes de la República priistas y panistas o con dirigentes nacionales fuertes y débiles, no parece tener porque cambiar ahora.
Cuando los gobernadores panistas convivieron con presidentes de la República priistas, el PRI local fue aherrojado para permitirle gobernabilidad a regímenes que no se encontraban del todo bien apuntalados.
Con los ejecutivos federales panistas, se vivieron momentos de independentismo, pero no de reconstrucción profunda del tejido político local.
El PRI, organización formada desde el poder, ha carecido de la capacidad para reconstruirse en Guanajuato. Sin un jefe político que los unifique o que los someta, la proliferación de corrientes, la debilidad de los liderazgos y la incapacidad de construir acuerdos, ha hecho que los priistas compongan una verdadera torre de Babel en la que ya no puede poner orden ni siquiera la burocracia de su comité nacional.
Hace unos días, el secretario de Organización del CEN priista, José Encarnación Alfaro, vio a recordarles a sus correligionarios de Guanajuato que este partido “no tiene dueños”. Eso se hizo necesario ante la actitud casi cotidiana, de jefes de corrientes en Guanajuato que se manejan a su aire y que no tienen entre sus prioridades la de encontrar consensos.
Sin embargo, a las dificultades normales para que el PRI de Guanajuato se mueva, en cualquier dirección, hoy se agregan otras nada fáciles de superar. Una de ellas, por ejemplo, es la de la geopolítica.
La decisión de prorrogar por 60 días más la dirigencia provisional, ante el término del mandato que originalmente correspondía al dirigente con licencia José Luis González Uribe y que terminaron cubriendo Javier Contreras y Rubén Guerrero, parece obedecer más a una táctica para ganar tiempo frente a las complicaciones en las que se debate el vecino estado de Michoacán, que a circunstancias propias de Guanajuato.
Es indudable que en todos estos años, el PRI de la entidad no ha ganado en avances democráticos. Cualquier clase de elección, amplia o restringida, se debatirá en las tradicionales añagazas para traficar con votos, lo que de antemano permite esperar inconformidades y desconocimiento de los resultados de la elección.
Sería un completo desaguisado en medio de la delicada situación de Michoacán, donde el gobierno debe probar fehacientemente en las próximas semanas que la estrategia elegida está dando resultados, que el dirigente nacional priista, César Camacho, se viera envuelto en una polémica con acusaciones de fraude, justo en un estado vecino de Michoacán.
Los priistas de Guanajuato deberán hacerse cargo, si es que algunos todavía no lo entienden, que no son importantes para nadie fuera de la entidad y que lo que aquí no han podido resolver con los recursos a su alcance, nadie se los vendrá a resolver de fuera.
Cualquier decisión que se tome en las próximas semanas, sea elección, una eufemística “candidatura de unidad” o hasta la posposición indefinida del trámite, no atacará ninguno de los problemas de fondo en los que se debate la segunda fuerza política local, que lo sigue siendo quizá solo porque en términos prácticos no hay una tercera fuerza.
Frente a un PAN débil, aquejado por la corrupción y también dividido en tribus, el mejor subsidio que el PRI le ofrece es su enorme incapacidad para establecerse como una fuerza política seria que anteponga una estrategia global a las pequeñas ambiciones de cada uno de sus integrantes, sobre todo las de los más conspicuos entre ellos.