Miguel Márquez parece llegar al poder con un equipaje muy ligero. No aparenta que lo influya mucho la teoría política que se ha desarrollado en su partido. En su discurso ocupa mucho más espacio el reclamo a la voluntad, la propia y la de sus colaboradores, que una tecnología del poder, tal como se entiende en la teoría política moderna.
Sin embargo, el originario de Purísima del Rincón, no parece preocupado por ese tema. Producto más de una carrera de esfuerzo personal, el nuevo gobernador usa y abusa de su carácter de hombre sencillo que dice las cosas como se le vienen en el momento. Puede ser así, puede ser también un recurso discursivo.
Porque hay retórica que elude la proclividad al esnobismo o la sofisticación, fingida o real, para regodearse en la llaneza y el discurso sin desbastar. A menudo puede tratarse de una estrategia para conectar con públicos más amplios, para ganar simpatías, para evitar profundizar.
Podemos estar ante un político de ese tipo: que adopte un gesto de ingenuidad cuando en realidad es calculador y frío. Si algo abona a esa hipótesis es la estrategia seguida para limpiar de cargos directivos muchas dependencias del Poder Ejecutivo, antes incluso de asumir formalmente el mando, lo que constituyó toda una toma de poder.
El discurso de Miguel Márquez parece simple y es simple. No debemos, empero, equivocarnos: la sencillez hace que resulten más claras las tareas a seguir y que, además, sean unívocas. Un primer posicionamiento de ese discurso se encuentra en el tema de la honestidad y la rendición de cuentas, que parece haber permeado en todos los colaboradores del gabinete escogido por el mandatario entrante.
El problema que aparece en el horizonte es que algunas de las primeras premisas del nuevo credo oficialista podrán servir para ganar credibilidad, para tomar distancia del pasado y para orientar al equipo de colaboradores, pero no parecen suficientes para el largo plazo.
Hará falta que, una vez que se vuelva realidad lo del gobierno transparente, se de paso al gobierno eficaz, que es la otra parte de una pinza que tiene muchas cosas por ajustar.
Mientras tanto veremos si el gobernador persiste en la tónica del muchacho sencillo y bueno que quiere hacer las cosas bien. O bien, lo que sería más conveniente, asume la posición del hombre de estado que sabe que nada es fácil y mucho menos poner de acuerdo a todos, pero que siempre se puede lograr que las cosas pasen si se echa mano de los mecanismos adecuados.