Parece que no habrá mucho que ver en estas campañas presidenciales. Entre recursos arcaicos, errores discursivos y aburrimiento, la elección de este 2012 anuncia ya que será el equivalente a un prolongado bostezo.
El numerito de los compromisos ante notario público, que Enrique Peña Nieto y sus estrategas consideran el gran aporte a la mercadotecnia política, evidenció su capacidad de ridículo al firmar el candidato un compromiso para “erradicar el hambre y la pobreza” en la región tarahumara. Tratamiento igual recibirá el auge criminal de Ciudad Juárez, que ha expulsado a buena parte de su población; e, incluso, los feminicidios en esa ciudad, casualmente uno de los mayores pendientes del priista como gobernador.
La gastada modalidad de siempre, la promesa que de antemano se sabe imposible de cumplir, ha sido renovada mediante un artificio formal. ¿Qué pasa si ya como presidente Peña Nieto incumple? Nada en realidad. Esos compromisos funcionarán allí donde se trate de obra pública, a menudo ligada a la demanda de grupos de interés; pero dificilmente lo hará en relación con los reclamos sociales.
¿Y qué pasa con la panista Josefina Vázquez Mota, que viene mostrando limitaciones hasta en lo que se suponía que era uno de sus flancos más fuertes: la capacidad discursiva? Este fin de semana, en un lapsus que explotaron las redes sociales, la candidata habló de “fortalecer el lavado de dinero”. ¿Entonces Peña Nieto no es el único que necesita teleprompter?
Lo preocupante no es el desliz en sí mismo, sino la carrera de errores en la que se encuentra sumergida la panista desde que triunfó en la elección interna, y que ya frenó totalmente la percepción de que podía remontar la desventaja en encuestas con su adversario priista.
Finalmente, poco hay que decir de Andrés Manuel López Obrador. El descafeinado discurso del contendiente que concentró los reflectrores en el 2006 no está jalando a los públicos que lo abandonaron tras su radicalización y tampoco gusta a sus fieles. El candidato de las izquierdas permanece hundido en el tercer lugar y da la impresión que no encuentra como salir de allí.
Las campañas, tan nuevas y tan viejas a la vez, no parecen prometer sorpresas, lo que resulta lamentable desde varios ángulos: los candidatos no tienen soluciones a los problemas reales, carecen de imaginación para articular su propio discurso y mucho menos la tendrán para concitar nuestra esperanza.