Con el PRI ha topado Juan Ignacio Torres Landa, tras de haberse sobrepuesto al susto que le propinara el devaneo de algunos altos jerarcas priistas con la posibilidad de postular a José Ángel Córdova.
Enredado, sinuoso, más aún, tortuoso, el PRI con el que se encuentra el recién llegado Torres Landa, tanto en Guanajuato como en México, no se presta para realizar una guerra relámpago como la que quería hacer al panismo guanajuatense.
Al momento presente, ya no hay posibilidades de sorpresa en las candidaturas a las alcaldías. La idea de prospectos impecables, algo difícil en política, ya se encuentra en retirada, ahora hay que limitarse a lo que se tiene a la mano y cabildear para que las soluciones causen los menores daños.
En León, por ejemplo, el virtual candidato a la gubernatura, ha tenido que cambiar su proyecto tres veces: de su insistencia casi religiosa en Jorge Videgaray Verdad, convencido a su propio pesar, se pasó a Alejandro Vargas por petición de Emilio Gamboa; ahora la candidatura está a punto de caer en manos de Bárbara Botello por presión de las encuestas, del Partido Verde y de grupos de influencia que anhelan frenar al PAN.
Y aquellos que conocen a Torres Landa saben de cierto lo complicado que es moverlo de sus ideas, a veces casi fijas. Sin embargo, a diferencia del año 2000 cuando su primera candidatura a gobernador, el también empresario se ha encontrado con un priismo de tribus que se han ganado su sobrevivencia luchando en territorio hostil y que defienden sus derechos a brazo partido.
El candidato dictador tendrá que transitar, aunque no guste, a un político más conciliador, a un orquestador que trate de lograr las máximas sinergias de los impulsos más encontrados. No se trata de una mala apuesta y sin duda ya lo empezó a hacer Juan Ignacio, quien en los últimos días se ha mostrado distante de la autosuficiencia de principios de año.
El complejo coctel que debe preparar tiene varios ingredientes: uno es el rompecabezas de ambiciones y proyectos de priistas que han trabajado a lo largo de varios años por encontrar un espacio; otro proviene de las presiones de los liderazgos nacionales, uno en particular más complejo por el paisanaje: la CNC de Gerardo Sánchez; finalmente, pero no al último, vendrá la agenda de las alianzas, donde los partidos pequeños han dejado de ser comparsas para intervenir activamente en las definiciones.
Y, después de todo eso, viene lo bueno: lo que logre armar Torres Landa puede resultar un trabuco… o un verdadero Frankenstein, pero con ello tendrá que buscar el convencimiento de la sociedad de Guanajuato de que su propuesta es una buena opción para la alternancia tras más de dos décadas de gobiernos panistas.
Más allá del impetuoso político que se lanzó a una caminata sin destino en el año 2000, hoy el ya maduro Juan Ignacio Torres Landa tiene que dejar de lado obsesiones, ideas prefabricadas y modificar el estilo personal, para buscar la eficacia de su candidatura.
La campaña de 2012 en Guanajuato, dadas las condiciones nacionales, se antoja más como un duelo de inteligencia y sutileza que como un choque de trenes. Es cierto, una mitad del electorado se muestra dispuesta a apoyar la alternancia, pero también parece que esos ciudadanos está hartos de otorgar cheques en blanco.
Ya desde sus primeras definiciones en las candidaturas a alcaldes y a diputados, el aspirante priista a la gubernatura deberá estar mandando señales de que entiende los nuevos tiempos de Guanajuato, si es que quiere vencer las inercias de la votación de las últimas dos elecciones y arrancar una campaña que primero se vuelva competitiva para después poder ser ganadora.
A diferencia de la última vez, Torres Landa parece tener en sus manos la suerte de su destino como candidato al cargo que ocupó su progenitor. Veremos pronto si sabe leer esa circunstancia.