El PRI no parece ser muy afecto a la democracia, según lo ha mostrado históricamente. Sin embargo, este PRI de hoy tampoco parece muy competente en aquello que constituyó una de sus mayores fortalezas: la eficacia autoritaria.
El dedazo reunía varias características: era sorpresivo, era inapelable y revolucionaba el entorno en el que se producía. Eso se ha diluido poderosamente, si vemos hoy la pobre imitación de centralismo democrático que se observa en el PRI peñanietista.
Ya prácticamente todo mundo sabe que el ungido para contender por la gubernatura de Guanajuato es Juan Ignacio Torres Landa. Sin embargo, la decisión permanece en un incómodo suspenso por obra y gracia de una camisa de fuerza que se propuso el propio Torres Landa y que le fue aceptada de manera por demás complaciente en las oficinas nacionales de su partido.
Así, prácticamente en estado de indefensión, el inminente abanderado priista debe soportar condicionamientos, presiones, posposiciones y desplantes de aquellos en quienes ha puesto sus complacencias para que le acompañen como candidatos a alcaldías en el estado.
Ya hasta los del PVEM, siempre tan dispuestos a los acuerdos que les beneficien electoralmente, se le han puesto al brinco, amagando con candidaturas propias que echarían a perder el esquema teórico construido en largas noches de insomnio.
Hoy vemos como todo lo que nos ofrecen los partidos esta aquejado de una profunda imperfección: la democracia panista no pasa de ser una pálida sombra de la que querían sus principios básicos; pero el dedazo priista, otrora tan eficaz, es hoy un instrumento romo y desdentado.
Vaya decepción, ya sabíamos que era mucho pedirle a nuestra incipiente democracia que produjera buenos gobiernos, pero por lo menos esperábamos algo de diversión. Será para otra vez.