El siempre moderado ex gobernador Juan Carlos Romero Hicks, quien ha sido un articulado defensor de las normas escritas y de los órganos jurisdiccionales, se salió completamente de sus casillas con la decisión de la Comisión Nacional de Elecciones del PAN de retirar de la contienda a Margarita Arenas, la ex diputada federal y ex colaboradora del propio Romero en la Universidad de Guanajuato.
Precandidato a senador por su partido, en la elección que se realizará dentro de dos semanas, Romero no se ahorró los calificativos: “aberrante” fue el que le aplicó a la decisión de la CNE del PAN; “lamentable”, el que le mereció la conducta de Ruth Lugo por haber iniciado la impugnación de Arenas.
Por si fuera poco, el toque de trompeta del ex mandatario fue replicado por algunos, más bien pocos, de los integrantes de su grupo político en la capital del estado para generar una pequeña asonada en las redes sociales, que se volvió más grande al rebotar en los medios de comunicación.
La actitud de Romero desdice la que ha sido su trayectoria de años. Los exabruptos nunca fueron su estilo. Tampoco se le recuerda retando a las instancias que norman los procesos de cualquier tipo. Más aún, como responsable de conducir instituciones como la Universidad y luego el gobierno del Estado, Juan Carlos siempre defendió el papel de los órganos sancionadores.
Hasta ahora, cuando le tocó la de perder y supo lo que significa que apriete el zapato.
Aún se recuerda a Romero y los romeristas en el año 2000, cuando condenaban las actitudes de los rebeldes eliseístas que impugnaban su apretadísimo triunfo en la elección interna del PAN por la candidatura a gobernador.
Que se recuerde, a Romero nunca le parecio una aberración la expulsión de connotados panistas, todos con mayor antiguedad que la suya en el PAN, por inconformarse con la oscura asamblea, en todos los sentidos, de la que salió electo andidato a gobernador.
Así que el pequeño berrinche radiofónico de Juan Carlos este sábado, proponiendo la anulación de los votos en la elección del candidato a alcalde en la capital, quedará, más que como un capítulo de justa indignación, como la muestra palpable de la falta de coherencia de una clase política que se aupó al poder por efecto de las circunstancias y que desconoce la manera de retirarse a tiempo y con dignidad.