Si algo se sabe de cierto es que el Yunque nunca se resigna Por eso son cruzados de Dios en la tierra: tienen una misión por cumplir. Por ello, también, la afirmación de Miguel Márquez Márquez, el precandidato oficial a la gubernatura del Estado, en el sentido de que es necesario “más PAN y menos Yunque”, significa para ellos un reto, más que una afrenta.
Desde mediados de los años 90, con el arribo de Vicente Fox a la gubernatura de la entidad, esta ala del panismo ha dispuesto a sus anchas de la Secretaría de Educación de Guanajuato. Allí despacharon Fernando Rivera Barroso, Víctor Manuel Ramírez Valenzuela y Alberto Diosdado, todos identificados con la derecha ultra.
Han sido secretarios inamovibles en sus respectivos sexenios. Más allá de mediciones de desempeño, su puesto nunca estuvo en duda. Incluso ni el todopoderoso SNTE, que pone a temblar a muchos gobernadores, tuvo posibilidad de influir en esas decisiones de los gobiernos panistas de Guanajuato.
Y todo parece indicar que esta corriente infiltrada en el PAN de Guanajuato no está de ninguna manera dispuesta a dejar esta posición en manos de nadie que no sea uno de sus integrantes.
Ante ciertos indicios de que Miguel Márquez, en quien ven al sucesor más viable por más que le hayan regateado apoyo en los últimos meses, no piensa mantener la línea de continuidad de este gobierno y los dos anteriores, ya toman cartas en el asunto.
Y es precisamente Juan Carlos López Rodríguez, el coordinador de políticas públicas del gobernador Juan Manuel Oliva, quien fuera alto funcionario de educación pública en el sexenio foxista, el encargado de dar forma a la estrategia de infiltración en el equipo marquista.
Desde hace varias semanas, utilizando el margen de maniobra que le da su cargo, López Rodríguez se ha hecho cargo de amplias convocatorias a funcionarios del área educativa, rectores de universidades públicas y privadas de la entidad y directores de planteles descentralizados de la SEG, con el pretexto de elaborar “la propuesta educativa del precandidato Ernesto Cordero.”
El pretexto cuaja bien y seguramente forma parte de la amplia oferta mediante la cual el gobernador Oliva se ha incorporado al primer círculo del aspirante que goza del respaldo del presidente Felipe Calderón.
Sin embargo, muchos indicios hacen pensar que a Juan Carlos López lo tiene sin cuidado lo que ocurra con la apuesta de Oliva por Cordero, pero en cambio tiene la vista fija en la cartera de educación estatal, que actualmente ocupa Alberto Diosdado.
En no pocas ocasiones, las invitaciones a personajes del sector educativo se han hecho dando a entender que el ingeniero bajacaliforniano es ya el escogido por Márquez para hacerse cargo de su política educativa.
No hay duda, tampoco, de que López Rodríguez goza de todo el apoyo de Juan Manuel Oliva para tratar de imponerse a Márquez como su prospecto para la Secretaría de Educación, trabajando todos los apoyos desde ya a fin de enfrentar al aspirante panista a hechos consumados.
Se trata, a no dudar, de uno entre los muchos problemas que tiene Miguel Márquez por el hecho de que en la burocracia estatal prácticamente todos lo consideran el ungido y, como tal, el garante de poder conservar sus puestos y privilegios.
Al final del día, activismos como el del actual responsable de las políticas públicas olivistas, a favor de la campaña marquista, terminarán por constituir uno de sus más pesados lastres, al encadenar al precandidato con el gobierno del que formó parte y cortarle cualquier posibilidad de deslinde y autoafirmación.
Sin embargo, como suele ocurrir y lo tiene más que probado la historia, todos estos intentos de continuismo tienden a generar, lo están haciendo ya, una virulenta reacción en contra del nuevo gobierno, una vez que se consolida y rompe el cordón umbilical.
Pero hay un escenario todavía peor: si estas intentonas de preservar los privilegios del pasado maniatan al candidato oficial y propician su fracaso en la contienda, bien sea la interna o la constitucional, la consecuencia será más grave para los que abandonan el poder.
Ahora bien, nadie puede culpar a Juan Carlos López o a Juan Manuel Oliva por tratar de conservar espacios de influencia en el nuevo gobierno, sobre todo basados en la lógica de grupo y no en un pensamiento institucional. En cambio, sí sería motivo de acre censura el que Miguel Márquez no aprecie los peligros que este tipo de intenciones tienen para su proyecto.
De no vislumbrar los riesgos, y nunca mejor aplicada esta sentencia, en el pecado llevará la penitencia.
Botepronto
Finalmente, el gobierno de Juan Manuel Oliva le puso fin a la pesadilla del caso DIF, más delicado que cualquier otro vivido por esta administración, por referirse a la propia familia del titular del Ejecutivo.
La aprobación en el Congreso del dictamen que establece las sanciones y correcciones derivadas de las múltiples auditorias realizadas por lo menos por dos instancias de control, Gestión Pública y Órgano de Fiscalización, ha dejado daños mayores, cambios en el gabinete y una sensación de batalla perdida.
Sin duda en el Caso DIF ha habido notables faltas de apego a la normatividad gubernamental, pero sería un ciego quien negara que también ha sido un asunto explotado con una enorme saña por los opositores de Oliva.
Muy poco contribuyó a un esclarecimiento expedito la actitud de la titular del propio DIF, la maestra Martha Martínez de Oliva, quien reaccionó siempre de manera personal ante los embates y nunca pudo articular una respuesta política, como lo era el ataque.
Oliva paga con esta dolorosa lección algunos pecados que ni siquiera fueron suyos en un principio, pero a los que se sumó por omisión, como la ruptura propiciada por su ex secretario de gobierno, Gerardo Mosqueda, entre su administración y un influyente medio de comunicación.
Queda claro que en política no hay acción sin reacción, que a los conflictos que impone la realidad no habría que agregar los que inventa la soberbia y, sobre todo, que la peor consejera en la administración pública es la improvisación, por más que se quiera disfrazar de buenas intenciones.
Nunca es tarde para asumir las enseñanzas que entrega la experiencia, por difíciles que sean.