Por lo menos hasta el día de hoy, las previsiones indican que el PRI vivirá una temporada electoral memorable el próximo año, quizá como no la han tenido desde 1994, cuando Ernesto Zedillo le ganó la presidencia de la República por amplio margen a un Diego Fernández de Cevallos que rindió la plaza a media campaña.
Enrique Peña Nieto, el gobernador saliente del Estado de México, manda en las encuestas y hace revivir en el imaginario de este partido las glorias de un tiempo que, hasta hace no mucho, se creía ido para siempre.
Los problemas del PAN para encontrar a su candidato, entrampado en un presidencialismo que desdice su propia historia y desperdiciando a sus mejores prospectos, Josefina Vázquez Mota y Santiago Creel, por el grave delito de no ser “calderonistas”, ayuda a configurar la idea de que no existe competencia.
La trampa en la que Andrés Manuel López Obrador tiene metido al PRD, de su candidatura o la división de la izquierda, contribuye a eliminar a esta opción política en la expectativa del próximo año.
Y, como ya se sabe, la falta de competencia genera incompetencia. Quizá por eso los priistas, sobre todo los vernáculos, se dedican con singular entusiasmo a explorar las diversas maneras de vulnerarse a si mismos, seguros como están de que “ya la hicimos”.
De una parte, el senador Francisco Arroyo Vieyra, el priista que ostenta el cargo más relevante a nivel nacional, mantiene una actividad intensa que oscila desde la tradicional campaña de tierra hasta presencias mediáticas tan heterodoxas como aparecer en una película en el rol de un cura de aldea.
Más allá de las virtudes de su método, Arroyo no tiene competencia entre los otros precandidatos activos, como el repetidor Miguel Chico o el arrebatado Leonardo Solórzano.
Una alternativa real podría provenir de otro reincidente, Juan Ignacio Torres Landa, quien sin hacer campaña sigue conservando un posicionamiento en el imaginario tricolor e, incluso, más allá de ese partido. Sin embargo, Juani ha elegido una fórmula de participación que maneja condicionantes para que su partido adopte una estrategia racional para enfrentar la elección, algo que no se ve sencillo.
Por si algo faltara, en el PRI se incuba una contracampaña contra Arroyo auspiciada por el errático líder nacional cenecista, Gerardo Sánchez García, que parece dedicarle tres cuartas partes de su tiempo a su estado natal. Sánchez ha reiterado que no quiere ser candidato a gobernador, pero todo indica que se ha apropiado de una especie de derecho de veto que se centra en el senador de su partido.
Y por si aún todo esto no fuese suficiente, además empieza a crecer la especie, proveniente de círculos cercanos a Peña Nieto, de que para Guanajuato se está pensando en un perfil diferente a todos los mencionados, un candidato con mayores nexos en la sociedad civil, o, por decirle de otra manera, ligeramente empanizado. Allí es donde aparece, aún tibiamente, José Luis Romero Hicks.
Pero, aunque la efervescencia le sirve al PRI, porque lo mantiene en los medios de comunicación y en la memoria de un núcleo social importante, al final del día, todo ese movimiento no deja de perfilar una grilla insulsa e intrascendente que de nada sirve para subir sus bonos como la opción seria que podría desbancar la larga hegemonía panista.
Los priistas se esfuerzan en mostrar que son incapaces de un ejercicio de autocrítica, de racionalidad y de eficacia política. No han definido cuáles son los mínimos acuerdos que podrían unirlos para tratar de recuperar el poder, pero están dispuestos a desenfundar sus armas por los menores conflictos de personalidad.
Sobre todo, llama a sospecha el hecho de que se siguen peleando con denuedos las posiciones que derivan de las derrotas: la senaduría de la primera minoría, que quiere Gerardo Sánchez; los tres primeros lugares de la lista plurinominal, que estarán peleados entre los hombres de confianza del propio Sánchez y de Arroyo; un lugar en la lista de mayoría relativa de esta circunscripción, que disputan Bárbara Botello y José Luis González Uribe.
Así está el PRI de Guanajuato: atado por sus miedos de derrota; lastrado por las pequeñas ambiciones; y acuchillado por la indecisión de algunos de los que podrían ser sus mejores perfiles.
Esa es su peor derrota, la que viene de adentro.
Botepronto
La congruencia, definitivamente, no es lo suyo. Las huestes de la secretaria adjunta priista, Bárbara Botello, parecen capaces de cualquier cosa con tal de aparecer en los medios de comunicación.
Este jueves, la ex candidata dedicó su programa radiofónico a exaltar la participación de los jóvenes en la política, para lo cual entrevistó al ex candidato a diputado local, Luis Andrés Álvarez Aranda.
El programa ponderó la necesidad de incorporar a los jóvenes a la política, la energía que éstos pueden aportar y centró sus críticas, incluyendo el editorial, hacia los políticos “vetustos” que impiden la participación de los jóvenes en política.
El joven Álvarez incluso planteó que si un representante popular “no sabe quién es Justin Bieber, no podrá dirigirse a los jóvenes.”
Por ello, llama la atención que otro seguidor de la ex diputada Botello, quizá su principal escudero, el regidor leonés Salvador Ramírez Argote, haya aceptado el rimbombante nombramiento de presidente de Unidad Revolucionaria, un asociación civil dedicada a promover los principios de la Revolución Mexicana, sí la de 1910, la cual es presidida por el general de división Ramón Mota Sánchez. Todo lo cual arroja un rancio olor a naftalina.
Bueno, entre peras y manzanas, hay algunas cosas seguras: una de ellas, que el divisionario Mota Sánchez no debe saber quién es Justin Bieber; también que probablemente Chavita ya abandonó el sector juvenil del barbarismo, por lo que su siguiente cometido podría ser el de convertirse en delegado de la Asociación Leandro Valle, con tal de dar de qué hablar.
Lo que hay que ver.
Saludos