La discreción, la simulación como segunda naturaleza, el cálculo de cada frase, eran recursos que caracterizaron a los políticos mexicanos del siglo pasado. Se trataba de una escuela que se decantó en el priismo, pero que colonizó a los integrantes de todos los partidos que conformaban el sistema político.
Esa tradición ya quedó atrás. Hoy de lo que se trata es de mostrar las cartas y, si no se puede abiertamente, por lo menos insinuar con claridad el nombre del juego. Lejos quedó la época en que prevalecía la máxima autoritaria de “el que se mueve no sale en la foto”, una de las muchas frases canónicas del extinto líder obrero Fidel Velázquez, ideólogo por excelencia del viejo presidencialismo.
La disciplina a rajatabla como uno de los principales méritos para escalar posiciones en la burocracia o en la política, quedo rebasada al derrumbarse el viejo esquema piramidal del poder priista.
Hoy, por ejemplo, el candidato tricolor por aclamación a la próxima contienda presidencial, el gobernador mexiquense Enrique Peña Nieto, ha llegado a la posición que ocupa precisamente por haberse movido hacia ella con todos los recursos a su alcance.
Es la nueva normalidad política. Y fue con el guanajuatense Vicente Fox, precisamente, con quien se inauguró esta nueva forma de hacer política.
Juan Manuel Oliva, el gobernador panista de Guanajuato, no es una excepción a esa regla. No obstante las determinaciones en su cuarto de guerra acerca de la necesidad de mandar la señal de que concluirá su mandato, el mandatario sigue sugiriendo que si el escenario nacional y su partido se lo reclaman, está dispuesto a sacrificarse. No habla abiertamente, pero tampoco se cierra la posibilidad.
No es el único en esa línea. Más bien el síndrome ataca por igual a funcionarios y representantes populares en todos los niveles. El alcalde leonés Ricardo Sheffield también ha sido enfático en dejarse abierta la eventualidad de participar como protagonista en la próxima temporada electoral y, en consecuencia, dejar su mandato sin concluir.
Menos cuidadosos, más abiertos también porque tienen menos que perder, ediles de otros partidos, como Nicéforo Guerrero o Leonardo Solórzano, abandonan toda discreción y se autoencartan en luchas políticas que tienen más de imaginarias que de reales.
Tampoco se andan con medias tintas representantes legislativos, como los senadores panistas Ricardo Torres Origel, Humberto Andrade y Luis Alberto Villarreal; y el priista Francisco Arroyo todos en abierta campaña que ya nada tiene de previa.
El modelo, sin embargo, parece estar llegando a sus límites, como lo prueba el reclamo social y la respuesta dada en consecuencia por la autoridad electoral de Guanajuato, el IEEG, para intentar controlar el futurismo desbocado de militantes partidistas, casi todos ellos desde cargos públicos.
En ese marco, pareciera que el devaneo de Oliva con la posibilidad de incursionar en la política nacional antes de que concluya su mandato es casi un pecado venial. Mantener abierta la expectativa de una participación en el proceso de selección del candidato presidencial de su partido, es parte de un juego de espejos para tratar de preservar opciones de competitividad frente al despegue de Peña Nieto.
En ese sentido, Gustavo Madero y Felipe Calderón, verdadero director de escena, requieren de un coro actoral que mantenga alta la expectativa, ante la debilidad de sus prospectos más conspicuos.
Si Oliva es conciente de que su participación en esta puesta en escena es coyuntural y está al servicio de un guión superior, puede llegar a cobrar muy bien el servicio, aumentando de paso la posibilidad de mantener posicionado a Guanajuato en esas circunstancias.
Ya podrán los periodistas seguir interrogando a Oliva sobre sus verdaderas intenciones de aquí al fin de su mandato. Ya podrá Oliva seguir jugando con sus respuestas y dejar que cundan las interpretaciones. Lo cierto es que se trata de un juego de póker abierto en el cual habrá que estar listo para cualquier cosa, incluso para que no ocurra nada.
Botepronto
El dirigente perredista Miguel Alonso Raya sigue mostrando que es un líder opositor disciplinado y civilizado. Acudió al postinforme de Juan Manuel Oliva en el Teatro Bicentenario de León, recibió los saludos del mandatario, aguantó estoicamente el chaparrón de cifras y mercadotecnia y, al terminar, dio su punto de vista, totalmente crítico, de lo que se dijo en el evento.
No ocurrió lo mismo con los representantes de la segunda y tercera fuerza política, el priista José Luis González Uribe y la verde ecologista Beatriz Manrique, que decidieron mostrar su desdén y no acudir al evento mediático de Oliva.
La falta de civilidad también les resta categoría para la interlocución. Probablemente, ambos dirigentes consideren que el gobernador Oliva no ha tenido ninguna deferencia hacia ellos, pero, al contestarle con la misma moneda, dejan por los suelos a la de por sí desprestigiada profesión de la política y se cancelan como críticos.
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