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Corrales Ayala: un pasado que permanece

In Botepronto on enero 28, 2015 at 3:57 am

El pragmatismo que caracterizó al PRI, del que el exgobernador fallecido ayer fue uno de sus acabados exponentes, es hoy más vigente que nunca en un PAN que se mimetizó con su viejo adversario.

Unos días antes de dejar la gubernatura, en septiembre de 1991, y tras de haber sorteado una etapa de turbulencia política provocada, primero, por las protestas panistas, encabezadas por Vicente Fox, por un presunto fraude electoral en la elección de julio de ese año; y, después, por la ira priista surgida tras la forzada renuncia de Ramón Aguirre a ejercer la gubernatura que le validó un Congreso Estatal sometido a decisiones políticas tomadas en la ciudad de México, Rafael Corrales Ayala nos comentó a un grupo de sus colaboradores: “pasará mucho tiempo para que el PRI regrese al poder en Guanajuato, si regresa”.

El veterano político sabía bien de lo que hablaba, aunque muchos de los que le escuchaban no le daban crédito a un pesimismo que creían fundado en la tensión del momento vivido y en las presiones sufridas para darle al conflicto la salida política que finalmente se eligió desde el gobierno federal, y más aún, desde la presidencia de la República.

Corrales Ayala era un político conocedor del ejercicio del poder al estilo priista. Su talante de hombre ilustrado no le inhibía de echar mano de todos los resortes que el viejo corporativismo ponía a disposición del jefe del Poder Ejecutivo, a nivel estatal o federal, para preservar el poder.

En 1985, a unos meses de haber tomado posesión, el Estado enfrentó una renovación de poderes municipales, en donde Rafael Corrales tuvo una primera muestra del nuevo Guanajuato que le iba a tocar gobernar: aunque el mandatario diseñó, no parece haber otra palabra, el triunfo de candidatos opositores, sobre todo del PAN y del PST, para despresurizar el clima político de la entidad, debió enfrentar una prolongada protesta postelectoral en la propia capital del estado por parte del PDM, que solo otras arduas negociaciones logró intercambiar por una elección extraordinaria en Comonfort, que terminó por ganar el partido heredero del sinarquismo, con la obvia complicidad del PRI.

Corrales Ayala, unos años antes de la concertacesión, puso en práctica una especie de democracia dirigida para darle espacios a los partidos de oposición en Guanajuato. El diseño no siempre respondió. En 1988, al igual que al resto de sus colegas y al propio candidato del PRI, Carlos Salinas de Gortari, al guanajuatense lo sorprendió la irrupción de una oposición que rompió la domesticación, a través de los liderazgos de Cuauhtémoc Cárdenas en la izquierda y Manuel Clouthier en la derecha.

Unos meses después, en diciembre de 1988, el gobernador priista veía como León se lanzaba a votar masivamente por el candidato panista Carlos Medina Plascencia, pese al intento de relleno de urnas practicado por los priistas leoneses. Meses antes el alcalde priista de la ciudad, Antonio Hernández Ornelas, se había visto obligado a renunciar por un escándalo de mal manejo de fondos públicos, lo que anticipó la derrota en las urnas de su partido.

Corrales Ayala fue un gobernador bajo asedio, no precisamente de la oposición, que apenas daba sus primeros pasos para convertirse en verdadera opción de gobierno, sino de la propia quiebra de los métodos y estilos priistas bajo los cuales hizo su carrera política y de los que ya no podía escapar cuando llegó como gobernador, en 1985, a los 60 años de edad.

Por eso, porque era un conocedor profundo de los resortes pragmáticos del poder, el último gobernador priista de Guanajuato sabía lo que significaba el arribo del PAN al gobierno, a través de la negociación que realizaron Carlos Salinas y Diego Fernández de Cevallos: lejos del talante democrático que exhibía el discurso opositor el panismo, su práctica se convertiría, más pronto que tarde, en un ejercicio de poder similar al priista, con una cooptación absoluta de las expresiones sociales y con la generación de un ciclo amplio de dominio.

Lo que quizá no nos dijo Corrales Ayala a sus escuchas, pero que estaba facultado como pocos para prever, fue el inevitable desmoronamiento del PRI, un partido ligado al ejercicio del gobierno, un apéndice del poder, un aparato electoral del mandatario en turno.

Hoy, poco más de 24 años después de aquellos días en que el poder cambió de manos en Guanajuato, las palabras y la percepción del político perteneciente a un régimen que se dirigía a su final parecen más vigentes que nunca.

Vemos al PAN, como al PRI de Corrales Ayala, intentando mantener el poder a través de la manipulación de otros partidos políticos, como el PRD; cooptando diputados de oposición para mantener una precaria gobernabilidad y abandonando la iniciativa política para centrarse en actitudes defensivas.

Ayer murió Rafael Corrales Ayala. Sin embargo, su época no se va con él. La política en México, con actores nuevos y otros no tanto, con los partidos añejos y los emergentes, sigue atada a un pragmatismo rampante. Quizá solo haya que lamentar, en medio de tanta similitud, la ausencia de aquella vieja pátina ilustrada que volvía un poco menos banal la sorda lucha por el poder.

El exgobernador, como buen lector que era de Lampedusa, sin duda disfrutaba la ironía, a la vuelta de los años, de que en Guanajuato hubiera habido necesidad de cambiar todo, para que todo siguiera igual.

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