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La maldición de los políticos amateurs

In Botepronto on junio 16, 2014 at 3:35 am

La política no ha sido nunca una disciplina que se aprenda en una escuela. Profesionistas de las carreras más disímbolas se ha convertido en políticos profesionales y, a menudo, los expertos en política teórica resultan un desastre a la hora de ejercer el poder.

Sin embargo, la carrera política requiere del desarrollo de ciertas habilidades, ciertos habitos, sin los cuales ni siquiera las mejores virtudes individuales contribuirán a construir a un hombre o mujer de estado.

La primera condición de un político de excelencia es la de saber escuchar. No se trata únicamente de una disposición de ánimo, es también un medio de autodefensa. El político vive de la opinion que se tiene de él, sobre todo en la democracia, incluso en aquellas defectuosas como la nuestra. Saber escuchar es saber distinguir a tiempo las situaciones donde existe el riesgo de equivocarse.

Desde luego, un político no se guía solo por lo que escucha. También es un observador entrenado de la realidad que puede distinguir las señales correctas de las equivocadas, como un navegante sabe cuáles aguas son peligrosas y cuáles solo lo parecen.

Aunque también al mejor cazador se le va a liebre, y no son pocos los ejemplos en la historia donde políticos agudos, estadistas visionarios, han sucumbido al engaño de la apariencia, a menudo potenciado por las opiniones de los aduladores que suelen rodear a quienes tienen poder.

Un hombre de estado también sabe que sus objetivos están más allá del éxito inmediato, regularmente poco duradero. Vencer inercias, derrotar resistencias, nada tiene que ver con sacar provecho al puesto, con aparecer bajo los reflectores y con repartir beneficios a la clientela que siempre se forma en torno a quien detenta el mando.

Hacer política con posibilidades de trascendencia pasa por no engañar a quienes son el sustento y la razón del servicio público: los ciudadanos, el pueblo. Tener margen para realizar rapacerías, para enriquecerse, para obtener ventajas momentáneas puede ser una gran tentación, sobre todo para personajes que arriban al glamour del poder desde la medianía social y económica, pero nunca construirá un camino solido.

Ni siquiera en México, país que históricamente ha sido complaciente con la corrupción política, los representantes populares que han amasado fortunas en el poder son respetados cuando pierden el cargo.

Aquí mismo en Guanajuato vemos como exgobernadores que se hicieron fama de deshonestos, del pasado lejano y el reciente, padecen el descrédito social. Varios de ellos ha decidido vivir lejos de la comunidad que gobernaron.

Por eso, llama poderosamete la atención que buena parte de los políticos más protagónicos de este momento, se encuentren desperdiciando la oportunidad de construir carreras políticas basadas en principios sólidos. La mayoría son relativamente jóvenes, pero parece que ven en la actual la única oportunidad de generar un capital y no precisamente político.

Las licitaciones secretas están a la orden del día; las compras con recursos públicos parece ser lo que más ocupa la mente de los actuales titulares de cargos ejecutivos: temas de seguridad, de movilidad, de infraestructura, de educación, de salud, todo se resuelve gastando dinero en adquisiciones portentosas.

La ambición, además, no distingue entre partidos políticos.

Sin embargo, como estos nuevos funcionarios no escuchan, sus procedimientos para medrar con el poder son más obvios que los de sus antecesores, más despreciativos de la opinión que se escucha en las calles y, a menudo, en los mismos pasillos aledaños a sus oficinas.

Hoy en Guanajuato, la llegada de una nueva generación de políticos, menores al medio siglo de vida, otros en la treintena apenas, no ha traído una mejoría al ejercicio de las prácticas de gobierno. Son políticos amateurs que piensan que la oportunidad es calva, no son profesionales que quieran crecer y aprender de sus propios errores.

Lamentablemente pierden su tiempo y se lo hacen perder a la comunidad que les otorgó su confianza. No llegarán muy lejos, pero tampoco nos harán avanzar en la ruta de superar nuestros rezagos. Su mayor crimen no es su deshonestidad, es su miopía. Con su actitud cancelan la oportunidad de renovar la política y corrompen la esperanza, algo que a muchos guanajuatenses y mexicanos es lo último que les queda.

Y , como lo planteó su propio juramento, se los tenemos que reclamar. Mientras más pronto, mejor.

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